Somos Vida - Tahíta

 

 

La mente individual, socia del ego, se inquieta y se altera continuamente por su pretensión de que se haga su voluntad, de que se cumplan todas sus expectativas, deseos, esperanzas…de que todo sea como ella quiere, no como ES.

Se mueve entre el apego a lo deseable, y el rechazo a lo que no desea, a lo que considera inconveniente, doloroso, “malo” …y por supuesto, no habiendo aprendido el arte de soltar y aceptar, se aferra a lo agradable y empuja a la sombra, de la que siempre resurgirá produciendo sufrimiento, lo que rechaza.

De ahí que siempre se afirma que el ego ama decir “no” a la vida tal como surge, que “no” es su palabra preferida, mientras la contraparte más profunda ama el “sí”.

Esta resistencia es fuente de todo sufrimiento, y para acabar con él, solo nos queda el camino de: decir “Sí” a todo lo que viene.

Aceptar que nuestra voluntad debe ceder y dar paso a la voluntad del Uno…como decía Jesús…: “Que no sea lo que yo quiero, sino lo que la Vida quiere”. Esto dicho de manera moderna, y a la antigua “Padre, que se haga tu voluntad, no la mía”.

Es un camino de profunda aceptación el que hemos de aprender, asimilar y poner en práctica, tras desaprender la lucha, el rechazo, la confrontación con lo que es, que debilita y es inútil.

Transitar el camino de la aceptación es sabiduría. Un camino que lleva al silencio mental, a soltar el yo individual, a la paz, a la comprensión de la unicidad, a la ecuanimidad, a dejar de tratar de apropiarnos de lo que la Vida hace, como si fuéramos autores de la vida, de lo que ES.

Como personajes, es posible que la intención modifique la forma en que gestionamos lo que llega, pero desde ese acto paliativo dentro del escenario humano, y sumamente aceptable, a pensar que somos los autores de LO QUE ES…hay una diferencia. Modificamos la actitud ante lo que pasa, no LO QUE PASA…y por supuesto todo se suaviza según la cadena de pensamientos que fluye mejor con menos tensión, pretensión y resistencias vanas.

Creernos un yo separado nos hace olvidar que somos Vida, esa Vida que tememos, esa Vida contra la cual arremetemos por ese mismo miedo de no ser una identidad libre y con pequeño poder individual…y en ese temor vivimos arrastrándonos hasta el final de la encarnación, abrazando el sufrimiento, en guerra con la Vida con mayúsculas, que es la real. Mientras sigamos en guerra con ella, consciente o inconscientemente, el sufrimiento está asegurado.

El sufrimiento nos revela que estamos viviendo alejados de la vida, de nuestra verdadera identidad. No así el dolor, que puede llevarnos a ese estado de conciencia en el que, al aceptarlo y experimentarlo sin rechazo, sea precursor de mucha paz y liberación, y al fin quitarnos de encima el sufrimiento.

El sufrimiento nos dice que estamos situados en una consciencia de separatividad, identificados con el yo separado. Lo positivo es que es como una “alerta” para indagar y comprender que no somos ese yo individual sino la Vida expresándose temporalmente en una forma, floreciendo aun con aspecto humano como lo hace como árbol o animal o piedra.

Trascender la mente individual y llegar a esa comprensión nos hace posible reconocer que somos Vida y que absolutamente todo lo que sucede es manifestación de esa Vida…un proceso inteligente sobre el cual la manifestación temporal no tiene control.

Somos como administradores de lo que llega, gestionadores, filtros.

Esa comprensión rompe todos los esquemas, los conceptos mentales, las etiquetas y todas nuestras creencias acerca de tener el control de las situaciones que nos involucran y de poder explicar las causas de toda esta historia.

Ante esta revelación, soltar, desaferrarnos y no resistir nada aun manteniéndonos alerta y presentes, es un acto de amor que nos despega de las historias de sufrimiento, cual la hoja se desprende del árbol…pero sabiendo que, en realidad, nunca estamos separados de nada.

 

Gracias. Gracias. Gracias

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