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lunes, 28 de febrero de 2022

Silencio y soledad elegida- Tahíta

 



Quien no sabe vivir consigo mismo
¿cómo podría saber vivir con otro?
Quien no sabe habitar su propia soledad
¿cómo podría pasar por la de los demás?
—André Comte-Sponville

 

Son pocos los que se atreven a caminar hacia su propio silencio.

Existe un silencio exterior y uno interior, ambos necesarios. Buscamos el primero, huyendo del ruido que atenta contra el equilibrio en nuestras vidas.

En cuanto al silencio interior, se trata de un aquietamiento que elude la palabra, no por innecesaria, sino porque aprendemos otra forma de comunicación, más sabia, más íntima, más profunda. Pero esa comunicación nos deja al denudo, vulnerables, sin armas que disfracen nuestros miedos, nuestro dolor.

Esa comunicación con nosotros mismos es una forma de autoconocimiento en el cual, irremediablemente, quedamos al desnudo ante cualquier cosa que surja. Podemos abrazarla, o rechazarla.

En ese silencio interior tocamos la esencialidad del Ser y también las raíces de nuestras conductas duales, que a veces no nos agradan. Por lo tanto, penetrar en el silencio es un acto de valentía.

Supone afrontar nuestros miedos, pero también hacernos conscientes de nuestras potencialidades y talentos que se mantienen como “potenciales” hasta que les permitimos surgir y derramarse como agua bendita.

En cualquier caso, le demos paso o no, nuestro silencio existe, como trasfondo de la escena humana en la que estamos inmersos en este mundo temporal pero bendito también, y abrirnos a él es abrirnos a luz y también a nuestra sombra, para explorarla y dejar que se resuelva.

Si observamos en silencio nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, lo hacemos desde la altura, no desde el campo llano en donde nos arrasan. Podemos descifrarlos, comprenderlos o al menos aceptarlos.

Abrirnos al silencio nos ayuda a relacionarnos mejor con nosotros y los demás, no es para volvernos asociales sino para integrarnos tanto a la soledad preñada de información sutil y necesaria como a lo que llamamos “lo externo” y no es más que un reflejo de lo real que no percibimos bien, por eso se muestra enfrente.

Tememos al silencio porque en él las verdades se muestran desnudas, no disfrazadas.

Pero cuando aprendemos a amarlo más que a temerle, nos damos cuenta de que el gozo, la alegría, la completitud, subyacen íntimamente abrazadas con el dolor y el miedo y hacen oír sus voces no sonoras.

Por eso se habla de escuchar el silencio.

Porque aún sin palabras, sin risas, cantos, mantras bendiciones ni afirmaciones en las que se exige parlotear lo que igualmente podemos afirmar en el silencio, rompemos la charla incoherente y no vigilada, nos regalamos la pausa, la atención, la vigilancia amorosa, y observamos más y mejor.

Los más sabios, aman el silencio, la contemplación, la prudencia.

El silencio nos revela una diáfana vida más profunda en este inter-ser.

Necesitamos espacios de soledad, de pausa.

Una soledad elegida o recobrada, no esa que duele, emocionalmente desequilibrante.

El equilibrio es también darse cuenta de que a veces necesitamos la palabra nuestra o del otro, pero del mismo modo la inmensidad del silencio y de la soledad.

Una soledad y un silencio que es Presencia, no la ausencia que hace que surja ese tipo de soledad que duele. Si duele, no estamos presentes.

Así…la soledad y el silencio pueden ser amados o temidos, celebrados o lamentados, pero siempre son procesos en los que nos expandimos, procesos de comprensión y de verdad.

Comprendamos también que únicamente aprendiendo a estar solos es posible aprender a estar bien con los otros. Una cuota de soledad en nuestras vidas no significa abandono ni huida, sino más bien una forma de esclarecernos y compartir esa luz.

El silencio y la soledad nos permiten aportar consciencia a lo que vivimos, tanto si se trata de disfrutar como de llorar y el vivir consciente es el mejor camino para avanzar al encuentro del otro.

El poeta Rilke, que escribe su sentir tan bellamente, habla del amor refiriéndose a dos soledades que se protegen, se completan, se limitan y se inclinan la una hacia la otra.

Así́ se entiende el vínculo profundo entre soledad y comunicación, entre silencio y palabra. La soledad y el silencio son necesarios para relaciones más profundas.

Conviene amar el silencio y hacerle sitio a la soledad. La soledad es la compañera infaltable del silencio.

Ambos hacen lugar siempre al Amor.

No podemos rehuirlos

 Vayamos a donde vayamos, ellos caminan con nosotros, a veces sin que les permitamos abrirse paso, pero logrando en el trasfondo que no nos perdamos en los ruidos que suelen atropellarnos cuando no estamos en Presencia.

Y no son incompatibles con la risa, el canto, el baile la algarabía, para quienes la trasmiten. Pueden hermanarse con la pasión, el entusiasmo, el gozo, el grito, el llanto… y de su mano, experimentar una profundidad que sin ellos…es esquiva.

 

Gracias. Gracias. Gracias

jueves, 24 de febrero de 2022

Tristeza, impermanencia y apertura- Tahíta

 



 

Supongamos que estamos tristes. ¿Qué solemos hacer?

Con frecuencia nos perdemos en la tristeza, nos identificamos con la tristeza. Podemos caer en la autocompasión por la tristeza, o podemos caer en la irritación por la tristeza, amplificando su poder. Esta es nuestra reacción habitual. Creamos "tristeza impura". Estar cargados de capas de reacción, miedo y aversión; no es pura tristeza.

Generalmente nos movemos entre invertir gran energía en tratar de deshacernos de la tristeza y, por otro lado, entregarnos a la tristeza: no querer deshacernos de ella.

Otras tendencias son: la no aceptación total de la tristeza; también podríamos hablar de aversión a la tristeza.

Nos cuesta simplemente SENTIRLA, ATRAVESARLA…y mucho más contarla como valiosa para nuestro camino.

Consideremos…

En este mundo de las formas…todo es impermanente.

Esto puede sumirnos en la tristeza, o puede hacernos más conscientes, aun sintiendo esa tristeza que no tendríamos que esquivar, sino permitir y hasta profundizar.

La tristeza que nos embarga cuando comprendemos la impermanencia de todos los fenómenos nos abre al mundo que nos rodea

Ante la tristeza, no así siempre ante los momentos plácidos, abrimos nuestros corazones y comenzamos a notar a nuestros semejantes. Vemos cómo todos enfrentamos las mismas dificultades en la vida, entendemos lo fugaz de nuestras alegrías, y nos damos cuenta de cuánta preocupación, dolor y sufrimiento atravesamos todos. De esta manera, al darnos cuenta de que todos compartimos experiencias dolorosas similares, de hacernos conscientes de que todos pasamos y sentimos lo mismo, penetramos en la empatía y la simpatía con los demás seres sintientes.

De este proceso surge también el impulso de ayudar y proteger…surge el Amor, y cuanto más abrimos los ojos al sufrimiento y la ilusión de los demás, más fuerte se vuelve nuestro amor. El amor limpia la mente de muchos conflictos. Así, nos abrimos también, porque el abrirse es dejar entrar luz, a un mayor despertar. Podemos ver el mundo tal como es, completamente transitorio y nuestra tristeza se vuelve cada vez más profunda. Sin embargo, nuestra tristeza ahora está acompañada de amor y afecto genuinos y un profundo sentido de responsabilidad provocado por la certeza de que, si simplemente nos mantenemos en Amor, podremos marcar una diferencia verdadera y duradera dondequiera que vayamos.

Reflexionar sobre la impermanencia no nos hace más infelices.

Cuando nos damos cuenta de la impermanencia del mundo comenzamos a entrenarnos para soltar.

Gradualmente, somos capaces de dejar ir todas las cosas que solíamos perseguir ciegamente, todas las cosas que solían atarnos y controlarnos. Desarrollamos esa habilidad a través de un discernimiento que normalmente no poseemos. Instintivamente, empezamos a dejar ir, porque ahora sabemos. Nos guste o no, tarde o temprano nos veremos obligados a dejarlo todo, así que cuando sabemos esto, tiene perfecto sentido disminuir nuestro apego ahora

 A menos que tengamos en cuenta la impermanencia, seguiremos aferrándonos a las cosas, lo que al final solo nos traerá dolor y privará de sentido a nuestras vidas. Por otro lado, si realmente hemos entendido que nada dura, entonces soltar es un poco más fácil. En realidad, sucede por sí mismo sin esfuerzo.

 Reflexionar sobre la naturaleza transitoria e ilusoria de todas las cosas es una práctica muy poderosa, cambia dramáticamente, casi mágicamente, nuestra experiencia del mundo. 

Nos hace capaces de acciones que antes eran imposibles. Comenzamos a mirar nuestro mundo y a nosotros mismos desde una perspectiva completamente nueva. De hecho, podemos medir nuestro progreso espiritual por la frecuencia con la que recordamos que todos los fenómenos en la dualidad, son impermanentes. 

Empezamos a despertar, pensando: me estoy engañando a mí mismo. La forma en que experimento el mundo ya los que me rodean, la forma en que experimento mis emociones ya mí mismo es irreal. Todas las cosas por las que me preocupo, las cosas que debo tener, las cosas que no puedo soportar perder y las cosas que trato de evitar, todo me mantiene atrapado. Cuando veo las cosas de esa manera confusa, no tiene nada que ver con cómo son en realidad. Además, dado que me estoy haciendo esto a mí mismo, solo estoy causando mi propio sufrimiento. 

Entonces nos comprometemos a liberarnos de esta perspectiva: De ahora en adelante, quiero ver las cosas como realmente son. Ya no seré esclavo de mis propias ilusiones. Sé que mi percepción del mundo está completamente desconectada de la realidad. Todos mis sueños y fantasías, todas mis preocupaciones y miedos, ¡todos son triviales y sin sentido!

Mientras pensamos de esta manera, nuestro deseo de ser libres se hace más fuerte. El poder de ese deseo se transforma entonces en una llave que abre el vasto tesoro de la interiorización, el silencio, la presencia en atención plena.

Así es como el amor y la compasión se vuelven sinceros. No importa cuántas alabanzas cantemos al amor y la compasión, tales cualidades no despertarán ni florecerán a menos que reconozcamos la impermanencia.

La clave está en comprender que las cosas son transitorias e irreales. 

La tristeza, por supuesto, no es un fin en sí mismo. Pero un profundo dolor viene al darnos cuenta de que todo lo que antes considerábamos duradero y real, en realidad está a punto de desaparecer. 

Tal tristeza y desilusión tienen un efecto maravilloso. 

El dolor nos hace soltar. 

A medida que dejamos de perseguir objetivos fútiles y, en última instancia, dolorosos, nos embarcamos en el camino espiritual de lo genuino, y aumentan nuestra fuerza y nuestra resiliencia.

 

Gracias. Gracias. Gracias

martes, 22 de febrero de 2022

Aceptando aun la resistencia - Tahíta

 


Generalmente todos los que meditamos  nos encontramos en la situación que, ya sea en grupo en un saon de meditación, o individualmente fuimos molestados o interrumpidos por un ruido, sirena, bocinazos, etc. Uno de los que asistí, estaba en la misma calle que una estación de bomberos; casi podía garantizarse que en algún momento durante la meditación pasaría un camión apresuradamente con las sirenas a todo volumen. No es de extrañar que después la gente se quejara: "¿Cómo podría meditar con todo eso?"

¿Con qué frecuencia sentimos algo similar?

Existe la suposición de que l meditación requiere ausencia de ruidos externos, o sea, silencio. Nos imaginamos como ideal, un bosque, una capilla o templo silencioso…pero eso es un ideal a veces inalcanzable o poco probable.

Pero si no podemos cambiar los ruidos que parecen interferir con la meditación, podemos adoptar una actitud distinta. Le sugerí al grupo que la próxima vez que saliera un camión de bomberos a toda velocidad fueran dentro y exploraran si el sonido era realmente perturbador. Después de la siguiente meditación, una participante informó que el ruido ya no parecía un problema; estaba allí, pero no la molestaba. Se dio cuenta de que la perturbación no provenía del propio sonido, sino del deseo de que no estuviera allí.

 El malestar o descontento es una experiencia con la que todos nos podemos identificar. Cuando hay resistencia a lo que nos molesta, causa más fricción e incomodidad.

Cuando aceptamos las cosas como son, cuando "fluimos con la corriente", hay bienestar. Este es nuestro estado natural ― dichoso y relajado. El descontento surge cuando nos resistimos a nuestra experiencia. Nuestro estado natural de bienestar es encubierto por un malestar auto-creado.

Por lo tanto, podemos regresar a un estado de mente más pacífico abandonando nuestros apegos de cómo debería ser nuestra experiencia y aceptarla tal como es.

Al escuchar esto, la gente suele preguntarse: ¿Significa esto que debo aceptar la injusticia y la crueldad, el hecho de que haya personas sin hogar durmiendo en las calles o la actitud recalcitrante de mi pareja? Por supuesto que no. Hay numerosas situaciones que no debemos tolerar, y en cada una, a nuestra manera, seremos llamados a hacer lo que podamos para mejorar el mundo.

"Aceptar nuestra experiencia tal como es" significa precisamente eso; aceptar nuestra experiencia en el momento. Si nos sentimos frustrados, enojados o indignados, aceptamos ese sentimiento. No nos resistimos a él, ni deseamos que no estuviera ahí; sino que le damos la bienvenida, nos interesamos en cómo sentirlo.

Aún más importante, podemos explorar la propia resistencia. Puede ser bastante sutil, y no fácilmente identificable en un principio.

Es muy útil simplemente hacer una pausa y preguntar: "¿Hay alguna sensación de resistencia que pudiera no estar notando?" Y espero tranquilamente. Entonces podría ser consciente de algún resentimiento hacia mi experiencia, deseando que fuera diferente, o quizás solo una sensación de tensión o contracción en mi ser. Por lo tanto, en lugar de enfocarme en eso que produce mi resistencia, vuelvo mi atención a la resistencia misma, abriéndome a este aspecto de "lo que es".

En lugar de dividir la experiencia en dos partes ―la experiencia en el momento, y los pensamientos y juicios sobre esa experiencia― cualquier resistencia se incluye ahora como parte del momento presente. Si no me resisto a la resistencia, el velo del malestar se disuelve, y regreso a un estado de mente más tranquilo y relajado.

Eso es lo que significa una mente silenciosa, aquietada.

 No es una mente vacía.

Somos conscientes del mundo como antes. Somos conscientes de los sonidos, de las sensaciones, de los pensamientos y sentimientos. Simplemente estamos permitiendo que nuestra experiencia sea tal y como es.

 No deseamos nada diferente, ni generamos un descontento o malestar innecesario.

Así que cuando nos encontremos con algo que parece perturbar nuestra tranquilidad interior, ya sea la conducta de algún amigo, algo que veamos en la televisión, o el paso de un camión de bomberos ― hagamos una pausa, y observemos lo que está sucediendo en el interior.

 Veamos si hay algún sentido de resistencia hacia esa experiencia.

Si es así, abrámonos a la experiencia de la resistencia; seamos curiosos en cuanto a lo que está sucediendo y cómo se siente.

 Acojamos en la conciencia esta parte del momento presente, y quizás descubrmos que podemos sentirnos a gusto en situaciones en las que antes hubiéramos sufrido.

La actitud, o la percepción lo es todo.

Retirarse a meditar años en el silencio de la montaña es buscar un “lugar de confort” que para nada nos prepara para afrontar la vida experiencial como es. Por eso, sea cual sea la resistencia que ponemos a lo que sucede, podemos optar por  estar presentes y comenzar a rendirnos a ese presente soltando en lo posible el descontento, el enojo…porque la Vida no dejará de ser como es, pero nuestra percepción…sí

 

Gracias. Gracias. Gracias

 

lunes, 21 de febrero de 2022

Regresar a casa - Tahíta

 



En espiritualidad, término que ya debería estar fuera de nuestra consideración, se habla siempre de “volver a casa” o “volver al hogar” …y muchas veces se usa, cuando una conciencia deja el cuerpo físico, la expresión “retornó al hogar”

Pero regresar a casa, es volver de un estado disperso y distraído en asuntos mundanos, a un estado de consciencia, despierto, atento, siempre presente en el que estamos conectados con el Ser y escuchamos, por así decir, su guía desde la intuición, sintiendo esa conexión.

Algunos se preguntan:

¿Cómo es escuchar al Espíritu Santo? ¿Saber que es la Voz de Dios o Conciencia infinita y no del ego?

En mí, comencé a sentir una dulzura en mi vivir, en el trasfondo de cuanto experimentaba. Una paz increíble…a pesar de que el personaje pudiera sentirse bien, mal, apacible o con ira. Es difícil de explicar, pero aún estaba esa Paz en el trasfondo. Una ternura que era más fuerte que cualquier oposición posible, una sensación tenue increíblemente hermosa. Al principio no podemos captarlo a la perfección, pero una vez que se distingue de los gritos caóticos y estridentes del mundo, no queda nada más que escuchar.

Resulta nostálgica y amorosamente familiar pero también se evoca como perdida desde hace mucho tiempo. Pudimos pasar vidas en sentir así esa Presencia. Pasar mundos.

Cuando me abrazó, no sentí como que la elegí o le daba la bienvenida, sino que me estaba dando la bienvenida a mí, como si fuera una familia o comunidad de la que había partido[L1] ,  para vagar perdida y confundida por  mucho tiempo.

Esta amorosidad no me pedía nada…solo Estar presente. Sin sacrificios, ni rituales dolorosos. No tenía que doblar la rodilla. No hubo oraciones o lecciones especiales. Todos los problemas que le planteé se resolvieron con la misma facilidad con que se derrite el hielo en una estufa de hierro fundido. Cada pregunta fue respondida.

No quiere decir que a mi modo o a mi gusto, sino “como debía ser”

No conecté con esta Presencia, que es silenciosa aunque emana guía o información (hay muchas maneras de escuchar sin sonido), hasta que presté atención y acepté el hecho de que no era por ser alguien especial, ni merecedora. En lugar de ignorarla, me incliné completamente hacia ella. 

En nuestra época y mundo, celebramos el yo. Mejoramos el yo. Lo llevamos de compras. Lo fotografiamos y subimos las fotos en redes.Lo llevamos a terapia y yoga.  No es un crimen contra Dios o la Naturaleza (porque no es real), pero no nos hace realmente felices. No nos libera del sufrimiento.

 Inclinarme en humildad fue simplemente un reconocimiento no dramático de que mi voluntad era inadecuada para la acción curativa del Amor, cuyos efectos son la felicidad natural y sostenible y la paz interior. Tenía que haber otra manera.

Cuando dejamos ir el ego, cuando entregamos nuestra voluntad, nuestro camino, nuestra vida, entonces lo que queda es la Voluntad de Dios, del Campo, de la Conciencia Infinita…que es Amor sin sujeto ni objeto.

En otras palabras, si nos resistimos a la voluntad del campo, servimos a la voluntad del ego, y eso significará sufrimiento. Si nos entregamos a Lo Real, el Uno, Lo que Es…Dios, tarde o temprano fluirá la gracia y la paz.

Cuando penetramos en el yo egoico, y podemos dejar atrás sus demandas, entramos en una vasta quietud en la que todas las apariencias apuntan a la Vida Única más allá de todas las apariencias. Todo lo que aparece apunta a Dios, y desaparece, dejando nada más que a Dios

Estas son solo palabras, sí, pero ¿a qué apuntan? ¿A qué entendimiento nos conducen?

Cuando no queda nada más que Dios, conocemos la paz. Cuando estamos dispuestos a dejar todo menos a Dios, entonces recordamos el gozo de vivir en la Presencia que es, y que somos, en última instancia.

No tenemos metas superficiales, porque solo hay un fin y es el Amor y en él comenzamos todos, una y otra vez, reconociéndonos Uno infinito y eterno.

Esta es la dulzura y amorosidad que nos envuelve cuando comenzamos a notar la presencia, la familiaridad de un estado en el que tenemos el Ser, que nos hace sentir “en casa” en cualquier momento presente, si estamos atentos y presentes… hasta que Dios, la conciencia total e infinita Real…disuelva incluso el recuerdo de la separación. 

 

Gracias. Gracias. Gracias.