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jueves, 5 de abril de 2018

Escuchando a las piedras


Las piedras comunes que vemos todos los días, las que arrojamos a los estanques y alineamos  bordeando nuestros jardines y caminos de entrada, se crean a partir de la misma energía viviente que nosotros.

Todo se crea a partir de esa energía viviente, que parece ser nada más que espacio vacío para nuestra percepción de mente pequeña. Y es que aun creemos que el vacío y la nada no contienen “nada”. Cuando en realidad  son el origen de todo lo manifestado temporalmente.

Los científicos más brillantes del mundo sugieren que si pudiéramos cavar hasta la esencia más pequeña del espacio que llena todo, descubriríamos cadenas de energía vibrante e imperceptible. Todas las cosas, en su núcleo, están hechas de estos pequeños hilos de “nada” incluso las piedras aparentemente sólidas.

Los maestros de sabiduría sugieren que la esencia de la vida también es una energía de la “nada”, que vibra a diferentes frecuencias o densidades. Dicen que incluso nuestros pensamientos son energía vibrante. Como las vibraciones tienden a resonar con vibraciones similares, lo que expresamos en el mundo se refleja en nosotros.

Es por eso que es  inspirador tener una relación consciente con los pensamientos de nuestra mente pensante.

Debido a que son tan densas, las piedras vibran a un ritmo mucho más lento que los pensamientos. 

Ellas nunca tienen prisa. Son tan antiguas como las entrañas mismas de la Tierra. Son los huesos de la tierra. Y tienen ideas para compartir con nosotros si podemos ralentizar nuestras mentes llenas de pensamientos lo suficiente como para escucharlas.

Hace tiempo que  escucho mensajes y señales del Campo al que llamamos Dios, o Espíritu…y los escucho no con voces audibles sino con imágenes, flashes, pensamientos y sensaciones. Y es que como SOMOS UNO con todo, todo refleja partes nuestras que  colaboran con el concientizar y la evolución. Solo tenemos que no distraernos con la mente, el ego y los asuntos mundanos y encontrarnos atentos y vigilantes para no pasar por alto ese tesoro.

Muchos de nosotros creemos que somos la generación más importante que jamás haya existido. Actuamos como si las generaciones futuras no importaran mucho…y desatendemos la sabiduría de las generaciones pasadas (hablando linealmente, claro). Engullimos todos los recursos y matamos especies tras especies, como si no fueran nada, solo globos de diferentes colores en un tablero de dardos de una feria, esperando ser explotados para que obtengmos un insignificante premio… ¿los han visto?

Fuimos enseñados a pensar y comportarnos de tal forma que olvidamos cómo escuchar el mensaje de las piedras.

Pero no es tarde para aprender una lección diferente dentro de la vorágine que nos suele rodear: reducir la velocidad y “escuchar".

Tengo una piedra de cuarzo lo suficientemente grande y pesada como para trabar la puerta de mi habitación cuando en verano el viento juega a cerrarla. Tengo otras  más pequeñas y redondeadas. Muchas veces sostengo una de ellas en mi regazo cuando medito. Me mantiene asentada, ancla mi mente normalmente rápida e inquieta al aquí y ahora.

 A pesar de estar hecha principalmente de espacio vacío, la piedra parece una cosa sólida. Y trato de alinear mi conciencia con su aparente solidez y quietud  para desacelerar mi mente y volverme más parecida a ella.

Una piedra tiene una energía consistente. Esta consistencia refleja la de la Tierra, es parte de su entraña. Y esto es lo que quiero sintonizar cuando medito con cualquier piedra: también somos la consistencia viviente de la TierraEs por eso que suelo acunar la piedra en mi regazo, para ayudarme a desacelerar mi mente y para ayudarme a recordar  la solidez protectora de la Tierra que anima mi sangre y me potencia.

Al ser los huesos de la Tierra, las piedras llevan la memoria más profunda dentro de su materialidad. Ellas son los testigos de la cronología de la Tierra, y lo han sido desde el principio. Son un puente hacia el conocimiento de la información energética guardada en las lineas de tiempo de la Tierra. Esta información sostiene toda la vida en equilibrio y gracia.

Cuando podamos reducir la velocidad de nuestras mentes, dando la bienvenida a un estado más meditativo, las piedras compartirán sus recuerdos intemporales con nosotros. Se abrirán esos registros planetarios  para recordarnos principios eternos.

Básicamente  dos:  todo es sagrado y todos estamos relacionados.

Al observar nuestro mundo moderno, es evidente que hemos olvidado los principios originales y cómo escuchar el mensaje de las piedras. No entendemos por qué estamos aquí. Y dentro de nuestro malentendido, hemos olvidado hasta cómo reír. Estamos demasiado ocupados, lanzando dardo a los globos sin pensar. Ya nada consideramos SAGRADO, por lo tanto podemos mancillarlo, y eso de “todos estamos relacionados” suele hasta ser causa de burlas.

Creemos que la Tierra es algo aparte de nosotros. Creemos que el tiempo de las máquinas, que se distingue de los sistemas vivos del planeta, es más real. Por eso pasamos más tiempo frente a la ilusión de una pantalla que en la naturaleza o en el tiempo no virtual.

Este malentendido es un cáncer en la vida. 

¿Cómo podemos estar separados de la energía que nos da a nosotros y al universo entero una existencia  vibracional?

“Nunca olviden la Tierra por las máquinas”, parecen enseñarnos las piedras.

Nuestros huesos están hechos de la misma sustancia que las piedras. Nuestros huesos también llevan el sello del conocimiento original. Y nos dicen que también somos sagrados y estamos relacionados con toda la vida de la manera más íntima. Y si aprendemos cómo reducir la velocidad de nuestras mentes y aflojar nuestro enganche mortal al tiempo de las máquinas, podremos escuchar el mensaje de vida sellado hasta en nuestros huesos.

Es entonces cuando recordaremos que humanamente, estamos en la Tierra y ella en nosotros.

 Y nos reiremos juntos de la vorágine que ineficientemente trató de absorbernos para que olvidáramos lo Sagrado de Todo, y la eterna Reconexión de la Vida.

¡Y las bendiciones siguen fluyendo!

Tahíta

miércoles, 4 de abril de 2018

Sintiendo lo que Sentimos



Hace muchos años, y en medio de una agitada relación, fui a ver a mi sabio amigo y mentor de esa época. Después de sollozar y quejarme del comportamiento del que creía mi futuro compañero, comencé una largo discurso acerca de que se suponía que debía aceptar lo que estaba sucediendo y que mi incapacidad para hacerlo demostraba un fracaso en el área de la aceptación total.

Habiendo encontrado recientemente por ese entonces las enseñanzas de la Nueva Era, me había fijado como meta, sin cuestionar, la idea de la aceptación incondicional y la rendición. Creí, por un período breve que todo mi sufrimiento se debía a que algo malo estaba haciendo, si me sentía herida.

Mi amigo escuchó, pacientemente. Y luego tomó un lápiz afilado de su escritorio.

"¿Qué pasaría si te pinchara los ojos con esto?", Preguntó.

Vacilante, respondí. "Bueno, realmente dolería".

"Exactamente", dijo, y sonrió.

Me tomó un momento darme cuenta de lo que estaba tratando de que viera. Me dolía, no porque hubiera algo inherentemente malo en mí, sino porque lo que estaba sucediendo era hiriente. El comportamiento que había supuesto que debía aceptar no era aceptable. Mis sentimientos estaban ahí para guiarme, en lugar de ser reacciones inconvenientes que debería reprimir, censurar o superar. Porque solo después de mucho andar comprendí que si no puedo aceptar sentirme como me siento, eso también es aceptable.

La creencia de que no debemos sentir lo que sentimos es una gran fuente de angustia.

 Esta creencia puede venir de una variedad de fuentes. Es posible que hayamos crecido diciendo que ciertos sentimientos son inaceptables (en algunas familias, por ejemplo, la ira siempre se reprime o la tristeza no se reconoce). 

Es posible que nuestra cultura, religión o espiritualidad nos haya enseñado que ciertos sentimientos particulares son signos de deficiencia, debilidad o maldad. La sociedad sanciona o castiga los sentimientos según la raza, el género y la sexualidad. Entonces, cuando nos encontramos en medio del enojo, el dolor, la envidia, la ira, el miedo o cualquier otra emoción que haya sido etiquetada como "negativa", creemos que hay algo mal en nosotros. Suponemos que tenemos que arreglar, resolver o deshacernos de la sensación. 

Además de sentir la sensación en sí misma, también tenemos que lidiar con la vergüenza o la auto-culpa por ella, en primer lugar. Nuestra confianza se viene abajo, dudamos y nos criticamos.

En el corazón de este asunto se encuentra la autoimagen idealizada de un yo ficticio que permanece para siempre inalcanzable. La autoimagen ideal varía para cada uno de nosotros, por supuesto. Creada en la infancia y refinada a medida que avanzamos en la vida, medimos nuestro yo real y deseamos ajustarnos al ideal. Quizás nuestra autoimagen ideal sea la de una persona serena y calmada que puede enfrentar cualquier eventualidad. Nos “pillamos” furiosos y hostiles y nos juzgamos a nosotros mismos en consecuencia.

 O nuestra autoimagen ideal es intrépida, valiente  y arriesgada, y nos encontramos temblando con una ansiedad incontrolable, y atrapados en un ciclo de auto desprecio como resultado de no encajar en lo idealizado.

 Independientemente de lo que creemos que  debemos  ser y sentir, estamos atrapados en la realidad actual de lo que realmente somos o sentimos, y más atrapados  parecemos estar al esforzarnos frenéticamente  tratando de que nuestro yo se ajuste a la imagen ideal. Esto es cometer violencia para con nosotros mismos y, a menudo hasta con los demás, porque muchas veces intentamos mantener intacta nuestra imagen ideal haciendo notar cómo se equivocan los demás. Otra forma de atascarnos en el proceso de soltar la idealización.

Si estamos dispuestos a investigar más a fondo, descubriremos los hilos de este nudo gordiano, y nos permitiremos sentir con más honestidad y profundidad en lugar de reprimir o negar lo que obviamente está aquí. 

Vayamos a concienciar…Primero, notamos la presencia de un  “debería” o “no debería”

No debería sentirme así. Se supone que debo aceptar esto. No debería estar enojado. 

Y luego lo cuestionemos. 

¿Qué o quién nos dice que no debemos sentirnos así? 

¿Cómo sabemos que se supone que debemos aceptar esto? 

En la investigación, no estamos haciendo estas preguntas desde una perspectiva intelectual. Por el contrario, las respuestas provienen de un lugar más profundo: desde la memoria, desde los escondites de información inconscientes que hemos almacenado tanto en la mente como en el cuerpo. 

Puede ser que descubramos que prometimos nunca sentir enojo porque tuvimos un padre furioso que nos traumatizó. O nos intimidaron en la escuela por atrevernos a llorar en el patio de recreo. Las posibilidades son infinitas; cada uno de nosotros descubre cómo esas inhibiciones, votos, reglas y demás funcionan dentro de nosotros.

Siempre llegará un momento en el que finalmente sentiremos esos sentimientos previamente denegados, prohibidos o tabú. Si le damos espacio, la sensación puede ser ella misma al fin. 

E incluso si es insoportablemente dolorosa, hay un alivio en poder estar con la realidad de lo que es, presentes, sin escapar, ni idealizar cómo deberíamos sentirnos. La sensación puede expresar, decir y mostrar su mensaje después de muchos años. Podemos sorprendernos al descubrir la sabiduría que yace en todos nuestros sentimientos. Nos volvemos más honestos con nosotros mismos. Nos acercamos más a la realidad de nosotros mismos, ya que no nos aferramos tan firmemente a la autoimagen ideal.

 Nos encontramos más dispuestos a sentir lo que está aquí y ahora, y menos dispuestos a validar rotundamente las enseñanzas y las reglas que nos dicen cómo ser o qué sentir.

Todos nuestros sentimientos, cualquiera que sea su naturaleza, y cualesquiera que sean nuestras ideas o creencias sobre ellos, son respuestas naturales o reacciones a la experiencia. Surgen naturalmente, no porque estemos equivocados o por culpa de nosotros, sino porque nuestros sistemas están diseñados para eso. Son una parte esencial de la experiencia de ser humano. Ser críticos con ellos, sean nuestros o de otros, es no entender el punto por completo.

 Cuando desarrollamos la capacidad de sentir lo que sentimos y le damos un espacio seguro para hacerlo, ya no necesitamos actuar de manera destructiva o dañina. Al llegar a ser plenamente conscientes de lo que estamos sintiendo, podemos estar presentes para nosotros mismos sin la vergüenza o la autocrítica que nos lleva a la negación. 

Comenzamos a sentir el espectro completo de nuestros sentimientos y nos conectamos con nuestra vivencia interna, soltando los  “debes  y  debería”.

 En lugar de tratar de ser super-yoes revestidos de caparazones  invencibles, nos volvemos humanamente vulnerables, abarcando todos los aspectos de nuestro ser.

 La vida nos toca, y tocamos la vida, cada vez más profundamente.

No nos perdamos la belleza de esos toques, que son la esencia de la mayoría de los aprendizajes en la dualidad en la que nos vivenciamos…aquí y ahora.

Y LAS BENDICIONES FLUYEN!

Tahíta