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jueves, 6 de diciembre de 2018

La Espera pura como práctica


La capacidad de esperar puede ser una herramienta espiritual profunda con la cual desvanecer las necesidades y presiones del ego.

El tipo de espera que es transformadora se basa en la capacidad de renunciar al deseo de que las cosas sean de la manera que nuestra personalidad quiere que sean, si no están alineadas con lo que el Espíritu y nuestro Ser superior señalan. Este tipo de rendición, que anula los intereses personales en favor de algo superior, es lo opuesto a lo que hoy en día es popular como camino de desarrollo espiritual, es decir, la intención de crear la realidad a través de la Ley de Atracción, basada en nuestros pensamientos e intenciones cotidianas.

Sí, es cierto que la intención suele ser poderosa, cuando la meta es congruente con los planes del Alma y el Bien mayor, pero en muchos casos, tratamos de emplearla para “salirnos con la nuestra” aunque no sea lo que el Espíritu  ha escogido como opción evolutiva…y desgraciadamente tratamos de oponernos, resistir y emplear el supuesto  poder de la intención en contra de un Poder Mayor…que siempre, con amor o dolor, llevará a cabo lo previsto en el Campo  existencial.

La pregunta aquí es: ¿quién deseamos que cree nuestras vidas? ¿Nuestro yo pequeño que es consciente de tener necesidades, anhelos y deseos  o el Poder Infinito del Espíritu, o como le llames, que está individualizado como nuestro ser superior?

La respuesta a esta pregunta define la diferencia entre una vida construida sobre un cierto tipo de dominio, uno que usa el pensamiento para crear los efectos deseados por el ego, o una vida en la que el poder  se transfiere a un campo de energías trascendentales (Dios) para que lo dirija todo.

Esta distinción es profunda, porque en la segunda instancia nos entregamos el aspecto individualizado del Espíritu que mora en cada partícula. Este Espíritu individualizado, por el nombre que se llame, existe en un estado de unidad con lo Divino y pertenece a todos y cada uno de los hijos de Dios.

Desde este lugar de santidad, el "yo" que crea ya no es un "yo" que está separado, sino un "yo" que existe en unión dentro de un todo mayor.

Podemos sentirnos optimistas o pesimistas. O bien, podemos aceptar el aplazamiento de lo que nuestro ser humano encarnado desearía que sucediera y permitir que nuestro yo más pequeño descanse abrazado por una potencia infinitamente mayor.

Si elegimos el último camino, incorporamos la experiencia de esperar en nuestra conciencia como una práctica espiritual, que conduce a una mayor devoción y transformación a través de la entrega. Este camino no es fácil de seguir, ya que la historia del ego como manipulador de las situaciones ha sido larga, y es probable que los esfuerzos para avanzar en una dirección diferente susciten una conflictos. Sin embargo, las recompensas de esta "vía estrecha" se pueden describir en una palabra esencial y central: amor.

La relación lograda a través de la devoción se funda en el amor. Vive y respira en una atmósfera de amor de divino. Es una relación que puede comenzar en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Su enunciado fundamental es: "Muéstrame el camino y  Guíame”. Esta oración une el ser inferior con el ser superior.

 Esto es lo que hace que la práctica de la espera sea transformadora.

Tal práctica no tiene que aplicarse a todas las áreas de la vida, pero puede hacerlo. Y no tiene que ser perseguida deliberadamente, porque hay muchas circunstancias en la vida que nos ponen en el camino eventos precisos, por lo que no es necesario que vayamos a buscarlos. Lo que implica la práctica sagrada de esperar es la disposición a utilizar estas circunstancias de la vida como pasos a lo largo del camino espiritual. Un camino interminable humanamente, trazado desde esferas superiores, con el que se nos pide a diario unificar la voluntad. (El Padre y yo somos Uno).

La espera pura no solo se diferencia de los caminos que nos proponen cambiar las circunstancias, sino también con los que nos insisten en mantenernos conscientes del momento presente, de una forma forzada.

No existe esfuerzo en el camino del Espíritu.

Para la mayoría de nosotros, esperar no es fácil, a menudo aburrido. Esperando un autobús o tren, buscamos algo que hacer para pasar el tiempo. Sentados en la sala de espera de un médico, pasamos los minutos hojeando revistas sin ningún interés particular. Queremos que la espera termine, para poder continuar con la tarea que tenemos por delante. Sin embargo, al tratar de esperar de esta manera, nos negamos una oportunidad muy valiosa.

Cuando simplemente esperas, sin expectativas de nada en particular, no deseando que las cosas sean diferentes de lo que son, la mente se relaja. Y, al dejar de querer, es probable que encuentres que tu conciencia del momento presente se está expandiendo.

Muchos, desde Buda hasta Ram Dass y Eckart Tolle, nos han alentado a ser más conscientes del presente, a "estar aquí, ahora". Y numerosas prácticas apuntan a ayudarnos a ser más conscientes del presente. La mayoría, sin embargo, lleva a centrar la atención en algún aspecto del presente: la respiración, un objeto visual, un mantra. El enfoque puede ser sin esfuerzo, sin embargo, está ahí el dirigir la atención.

Con la espera pura, por otro lado, no hay ningún intento de ser consciente de ningún aspecto particular del presente. En cambio, sin nada que hacer, sin esperar nada en particular, hay espacio para que se revele más del presente. Comenzamos a notar aspectos de nuestro mundo que antes desconocíamos: el sonido de un reloj o una conversación lejana; un árbol que se agita suavemente en la brisa, el toque de la ropa sobre la piel. No importa qué. Probablemente será diferente cada vez, simplemente porque el presente es diferente de un momento a otro.

A medida que nos familiarizamos con la espera, nos encontraremos presentes de una manera relajada, inocente y sin dirección.

Entonces, la próxima vez que tengamos que esperar algo, usemos el tiempo como una oportunidad para estar más despiertos.

En lugar de esperar algo, simplemente esperemos. Sin expectativas. Simplemente parando, y esperando, con una mente abierta.

Tampoco tenemos que esperar a que un autobús llegue tarde o estar sentado en una "sala de espera" para practicar la espera. En cualquier momento del día podemos optar por hacer una pausa aunque sea mínima y simplemente esperar sin expectativa lo que viene.

Tal vez un pájaro vuela por la ventana. Quizás la nevera se ponga en marcha. O nos damos cuenta de que nos hemos ido en algún pensamiento.

No importa.

Podemos comenzar ahora mismo. Pausa. Toma un respiro.

Relájate... y espera.

No hay fórmulas complicadas para reconectarnos a la Voluntad de LO QUE ES.

¡Y las bendiciones fluyen!

 

Tahíta

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