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sábado, 3 de junio de 2023

Percepción y Presencia- Tahíta


 


La percepción nos trae y sostiene en el presente.

El presente nos lleva a la presencia.

Cuando percibimos, estamos en eso, en percibir.

A veces nos enrollamos con representaciones de lo que vemos, y volvemos a la cabeza, a la mente, perdiéndonos en ella. Entonces creamos conceptos y representaciones con imágenes. Estas no son la realidad.

La percepción nos conduce a la experiencia directa, sin nociones, etiquetas, conceptos ni imágenes entre nosotros y la realidad.

 La percepción nos orienta hacia la realidad y nos asienta los pies en la tierra; es decir, nos hace ser y estar aquí y ahora.

No es el camino del pensar, del proyectar ni del hacer, sino el de la quietud y la percepción el que nos conducirá a la Presencia.

 Se trata de percibir, que es distinto de observar. En la observación analizamos, etiquetamos, nombramos.

 La percepción contemplativa es ver sin mirar y sin tensión. Sin mirar, me refiero a que no nos hacemos una representación de lo que estamos viendo. La representación es lo que está en la cabeza y puede subsistir a la realidad, si no somos cautos.

Percibir es la realidad.

Percibir abre nuestros sentidos y nos permite salir de la mente discursiva al estar presente en nosotros mismos y en lo que nos rodea.

La mente discursiva piensa y crea una historia tras otra enlazando los pensamientos entre sí de forma que vivimos en un discurso permanente creado por nosotros mismos.

Salir del discurso para percibir y vivir la vida es liberador.

¿Vivimos en la «realidad» creada por nuestro pensamiento discursivo…es decir, en las historias creadas en la mente? ¿O vivimos en la realidad que nos rodea, que es y está en nosotros?

La percepción nos trae al presente, y en el presente vivimos la presencia que nos abre a lo real.

Hay diferentes prácticas que nos ayudan a percibir. Por ejemplo, caminar en silencio en la naturaleza abre a la percepción. Los claustros de los monasterios e iglesias y los jardines zen son lugares que invitan a los monjes a caminar de manera meditativa.

 Percibir en la naturaleza la flor abierta, la hormiga que corre, los colores de la piedra y la rama que se mueve con el viento, sin etiquetarlas, simplemente percibiendo lo que es, nos abre. También sentir el espacio y abrirnos a él. Ver el horizonte y reposar la mirada en la inmensidad del espacio que se abre ante nosotros.

Centrarnos en la respiración es también una práctica que nos lleva a la percepción. Al respirar estamos en el ahora, y podemos percibir el aire que entra y el que sale, así percibimos lo que entra y vamos hacia dentro, y lo que sale y nos volvemos conscientes «del fuera». La mayor parte de nuestra vida respiramos sin darnos cuenta. Algo respira dentro de nosotros. La atención y la concentración se convierten en contemplación al experimentar el flujo de vida que se produce en el acto de respirar.

Podemos centrarnos en percibir las sensaciones del cuerpo, hasta que estas se disuelven y uno ya no siente más los órganos como separados, sino que experimenta que el cuerpo es un todo en el cual fluye la energía de vida. Uno siente que forma parte del Todo, del universo que le rodea y se siente unido a una totalidad que lo abraza.

El cuerpo solo vive en el presente. Es la mente la que recuerda o la que se anticipa. Por ello, la contemplación solo se da en el presente.

No podemos desprendernos del plano mental a través de una actividad mental. Agudizar la percepción es la vía para estar presente y salir de la mente discursiva. Poco a poco, a través de la percepción, uno se brinda, se entrega, y en la práctica se suelta y suelta. Así deja fluir la buena energía, quizá el amor, la sanación.

Contemplar, «estar junto al templo», trae tranquilidad.

La tranquilidad trae tolerancia.

Poco a poco en este proceso nos permitimos el verdadero descanso. El mejor descanso es permanecer en la percepción. No se puede avanzar más de lo que permite el proceso interior.

Aprendemos a escuchar.

Aceptamos lo que es.

Dejamos de luchar inútilmente.

Entramos en un verdadero descanso, en el que todo nuestro ser se abre: se vacía. En el vacío llega el momento en que se manifiesta el Ser. Percibimos el presente, nos volvemos más sensibles y nos abrimos a la presencia de Dios.

No es necesario creer en él ni tener conceptos o imágenes de él. Recorremos el camino de la percepción y al hacerlo nos abrimos a su presencia.

Dios es ahora y está aquí.

 

Gracias. Gracias. Gracias

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