La escritora y maestra Sylvia Boorstein llama a la Atención Plena... “atención despierta a lo que sucede dentro y fuera para que podamos responder desde un lugar de sabiduría”. El maestro Thich Nhat Hanh dice: “Me gusta definir la atención plena como la energía que nos ayuda a estar ahí al 100 por ciento. Es la energía de tu verdadera presencia.”
Lo cierto es que trabajar con las emociones durante nuestras sesiones de meditación agudiza nuestra capacidad de reconocer un sentimiento justo cuando comienza, no 15 acciones posteriores. Así podemos lograr que no nos abrume, no arremeter precipitadamente, o ignorarlo por sentir miedo o vergüenza de él.
Aprendemos mucho en ese lugar intermedio consciente. Empezamos a descubrir que siempre podemos tomarnos un momento para volver a centrarnos en nuestros cuerpos, reconocer lo que estamos sintiendo, detectar nuestras reacciones habituales (ya sea estallar cuando estamos frustrados, o enfurruñarnos cuando nos sentimos criticados), y tal vez decidir una acción diferente.
Cuando comenzamos la práctica de la atención plena o el estado meditativo generalmente no somos conscientes de las hebras separadas de dolor, ira y miedo que se agitan dentro de nosotros. Todo lo que sentimos es un cúmulo único y aparentemente sólido de tristeza. Luego, a través de la meditación, comenzamos a mirar dentro más claramente y a detectar los componentes de nuestro dolor. Alguien cuenta esto al respecto… “lo que vi me inquietó tanto que me acerqué a mi maestro y le dije acusadoramente: “¡Nunca solía ser una persona enojada antes de comenzar a meditar!”. Cuando comencé a excusarme el maestro simplemente se rió y luego me recordó las herramientas que ahora tenía para lidiar con los sentimientos difíciles que hasta el momento mantuve ocultos.
La práctica de la atención plena no pretende eliminar el pensamiento, sino ayudarnos a saber lo que estamos pensando cuando lo estamos pensando, del mismo modo que queremos saber lo que estamos sintiendo cuando lo estamos sintiendo.
La atención plena nos permite observar nuestros pensamientos, ver cómo un pensamiento lleva al siguiente, decidir si nos dirigimos hacia un camino poco saludable y, de ser así, soltarnos y cambiar de dirección.
Nos permite ver que somos mucho más que un pensamiento de temor, envidia o ira.
Podemos descansar en la conciencia del pensamiento, en la compasión que nos brindamos a nosotros mismos si el pensamiento nos hace sentir incómodos, y en el equilibrio y el sentido común que reunimos cuando decidimos si actuamos desde ese el pensamiento y cómo hacerlo.
La meditación es como entrar en un viejo ático y encender la luz.
En esa luz vemos todo: los hermosos tesoros que estamos agradecidos de haber desenterrado; los rincones polvorientos y descuidados que nos piden: “¡Límpiame, límpiame!”; las desafortunadas reliquias del pasado de las que creíamos habernos librado años atrás.
Los reconocemos a todos, con una conciencia abierta, espaciosa y amorosa.
Nunca es demasiado tarde para encender la luz.
Nuestra capacidad para romper un hábito poco saludable o apagar una historia repetitiva en la cabeza no depende de cuánto tiempo haya estado funcionando; un cambio de perspectiva no depende de cuánto tiempo hayamos mantenido la visión anterior.
La luz sigue allí disponible y elimina la oscuridad, permitiéndonos ver cosas que antes no podíamos ver.
Y porque nunca es demasiado tarde para tomarnos un momento para mirar…les dejo una de las herramientas sencillas para hacerlo♥
Podemos sentarnos cómodamente con los ojos cerrados o abiertos. Centrar nuestra atención en la sensación de la respiración.
Después de unos momentos de seguir nuestra respiración, recordemos conscientemente un sentimiento o una situación difícil o preocupante del pasado reciente, un escenario que contenga una emoción intensa: tristeza, miedo, vergüenza o ira. Podemos tomarnos un momento para recordar completamente la situación. Es probable que no nos sintamos cómodos haciendo eso, pero aun así permanecemos observándola, y, en cualquier momento, podemos volver a seguir nuestra respiración para descansar.
¿Qué sensaciones corporales acompañan a las emociones que evocamos en este escenario?
Veamos si podemos decir en qué parte del cuerpo sentimos estas emociones.
¿Se nos seca la boca? ¿Estamos respirando superficialmente? ¿Estamos apretando los dientes? ¿Hay un nudo en la garganta? Lo que sea que esté sucediendo en nuestro cuerpo, notémoslo. Si podemos sentir la emoción en el cuerpo (y no siempre podemos hacerlo), nos brinda una forma concreta de desconectarnos de la historia y observar la naturaleza cambiante de la emoción.
Ahora, nos concentramos en la parte del cuerpo donde esas sensaciones son más fuertes. No tenemos que hacer nada al respecto excepto ser conscientes de ellas. Una vez que nuestra atención se haya trasladado a las sensaciones corporales, quizás nos digamos a nosotros mismos, está bien; sea lo que sea, está bien; Puedo sentir esto sin alejarlo o quedar atrapado en ello. Permanecemos conscientes de los sentimientos en nuestro cuerpo y nuestra relación con ellos, aceptándolos, dejándolos ser, suavizándoles y abriéndonos a ellos.
A veces lo que estamos sintiendo no es solo una emoción; el duelo puede incluir momentos de tristeza, momentos de miedo, de impotencia, tal vez incluso de alivio. Veamos si podemos dividir la emoción en sus partes componentes.
Notemos todas las cosas diferentes que sentimos.
Permanecer con el sentimiento y desenredar los diversos hilos puede llevarnos a darnos cuenta de que lo que pensábamos que era un cúmulo de miseria es una combinación de emociones en constante cambio.
Darnos cuenta de esto hace que los sentimientos sean más manejables.
Podemos notar que nos resistimos a estas emociones difíciles y las sensaciones corporales que las acompañan, rehuyéndolas y sintiéndonos avergonzado de ellas. O tal vez nos sintamos apegados a ellas, repitiendo una discusión o reviviendo sentimientos de ira, impotencia o humillación.
Tal vez las emociones que despierta el pensamiento o la situación son tan perturbadoras que comencemos a llorar. Si lo hacemos, está bien; es parte de la experiencia. Podemos darnos cuenta de cómo se relacionamos con las lágrimas: cómo reacciona nuestro cuerpo, qué combinación de emociones acompaña al llanto, qué historias nos contamos sobre el llanto.
Si no sentimos abrumados por las emociones, volvamos a ser conscientes de nuestra respiración para fijar la atención en el cuerpo. Esto nos ayuda a volver al momento presente.
Si nos encontramos pensando Siempre me sentiré así, o Si fuera más fuerte/más paciente/más inteligente/más amable no me sentiría así, volvamos a la simple verdad del momento: nos mantenemos sentados y nos hacemos conscientes de la respiración. Veamos si podemos reconocer que la emoción es un estado temporal, no nuestro SER.
Y cuando estamos listos, abrimos los ojos. Tomamos una respiración profunda y nos relajamos.
Durante el día, si surge una emoción difícil, tratemos de aplicar esta atención consciente.
Me ha sucedido que, con el tiempo, el solo atender la respiración resuelve o ayuda a atenuar las emociones cambiantes que me agobiaban.
Les ofrezco con amor esa pequeña herramienta que nos saca del pozo de la inconsciencia, y nos abraza en un SER más consciente que con Amor comprende y acepta toda la gama de emociones que en esta vida dual nos agitan…con algún fin trascendente, sin duda.
Gracias, Gracias, Gracias
Gracias! Como llegan estas reflexiones justo cuando mas las necesitamos.Abrazos infinitos querida Tahita
ResponderEliminarMartha...mi gratitud infinita a ti, y ...ASI ES...TODO LLEGA EN EL MOMENTO ADECUADO
EliminarYo recién lo leo porque no pude antes, y lo siento hecho para mi en este momento, gracias Tahita , gracias, gracias, lo necesitaba mucho, cariños
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