Despertar, se trata de desplazar o extender nuestra identidad más allá de la mente pensante, de la personal, hacia un campo colectivo de Conciencia.
Puede que la mayoría del tiempo no nos sintamos bien identificándonos con los pensamientos, conflictos, sufrimiento…pero aun así no nos atrevemos a trascender esa zona conocida, que parece la más segura.
Nos da miedo el silencio. Nos da miedo perder la identidad. Huimos del silencio sin darnos cuenta de que nos sacaría de esa zona de dolor.
La mente puede ponernos miles de excusas: el trabajo, la familia, la seguridad. Pero cuando comenzamos a indagar qué se trae el pensamiento y de qué se trata, nos percatarnos de que nos engaña…y no un poco, nos engaña totalmente. Brota de un lugar falso y una falsa identidad, por lo tanto, lo que surge de allí tiene que ser falso.
Para llegar a escuchar en silencio, hay que soltar el pensamiento, y con él, todo lo que sea psiquismo. En ese limitado espacio del psiquismo es donde se crean los conflictos, los excesos emocionales, las preocupaciones, las angustias. Sin embargo, tememos salir de sus límites.
Seguramente allí recurrimos a las terapias, las técnicas y las soluciones mágicas de turno. Es normal y a veces necesario recurrir a ellas, pero sería mejor, en lugar de tratar de apaciguar o mejorar nuestros estados dolorosos intentar descubrir la causa del conflicto.
Lo que parece, no es lo que es, y el problema de fondo tratará de salir a la luz por un lado u otro. Habitualmente permanecemos atrapados en lo que se manifiesta, y no vamos tras la causa. Y en esto también…el pensamiento tanto personal como colectivo, nos engaña.
En nuestro afán de mantener nuestra situación, nuestro trabajo, una relación…arrastramos a otros al área de los deseos que, como decía Buda, son la causa del sufrimiento. En el psiquismo, juegan a la ronda el miedo y el deseo, y en ella nos mareamos, nos enredamos y enredamos a todos los demás que juegan con nosotros.
El deseo, siempre complica las cosas. El no poder cumplirlo alimenta el miedo, y en realidad son lo mismo: sin deseo no hay miedo. Y el comienzo del fin del juego es el DESAPEGO.
Deseamos conseguir algo porque pensamos que somos lo que no somos, que somos estos cuerpos físicos, que moriremos, que somos temporales. Por eso no estamos en paz y buscamos distraernos, sin hallar equilibrio y serenidad. Los deseos, siempre cambiantes, encubren nuestra carencia interior.
No es un pecado tener deseos. Y la liberación no se trata de no albergar deseos, sino de ir al fondo de esa compulsión, y poder salirnos del ámbito de lo personal. No tenemos por qué identificarnos con el personaje de esta obra que nos montamos. Si lo hacemos, siempre tendremos miedo de que los demás, o al fin la muerte, nos quite lo deseado. Moviéndonos, por supuesto, en el ámbito del personaje temporal que creemos ser.
Solo hay que desplazarnos, de la mente a la intuición, para lograr una Verdad intuida, no una lógica que conduzca a una vedad precaria.
La intuición conduce a la sabiduría. No solo hay que percibirla, sin darle lugar y vivir en consonancia con y desde ella.
Podemos seguir participando en la escena del mundo y a la vez darnos el tiempo y la atención como para percibirla y atenderla. Así lo Real comienza a hacerse más evidente y la intuición influye tanto en la mente, que ésta comienza a ser una sola cosa con ella.
La Luz la hace resplandecer y la mente se convierte en expresión de esa Luz que mana de la intuición.
Cuando la Verdad nos ilumina transforma en nosotros todo cuanto encuentra a su paso.
Tendríamos que considerar cada día dedicar algo de tiempo a la contemplación silenciosa para trascender esa incisión interior que nos produce creen que somos una persona, una individualidad separada. Y para ello, hay que desechar todas las creencias, que son como un somnífero para el alma. Nuestro anhelo interior no se acalla con ideologías externas.
La contemplación no es algo secundario, ni menos importante que el adquirir conocimientos.
El conocimiento no nos lleva a la sabiduría. La contemplación abre la visión del Ser.
La Vida Contemplativa nos despierta. Por eso nos zambulliremos en ella…sin miedo.
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