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lunes, 1 de julio de 2019

Ese que no me saluda

Ese que no me saluda apareció en mi vida cuando compré “Todos los Vientos”, la casa en la que habito, hace 19 años. Se convirtió en mi vecino, un joven apuesto, unos diez años menor que yo, que vivía con su esposa muy joven y su bebé. Él no trabajaba…ella lo mantenía, la casa formaba parte de un lote de cabañas que su madre y sus tíos heredaron de sus abuelos.

Ese que no me saluda comenzó con la marihuana y terminó enamorado de la cocaína, que es una amante muy traicionera…perdió a su esposa con el tiempo y a los tres niños que con los años habían traído a este plano. También perdió a su perra, ya que Chicha se enamoró a la vez de nosotros y se quedó en casa definitivamente.

Cuando su esposa ya no le sostuvo, tras peregrinar de trabajo en trabajo, terminaba sin alimentos y pidiéndome un tomate, un huevo, un pan a lo que siempre respondí con cuanto tuve a mi alcance, a espaldas de Juan, que considera que uno solo debe dar alimentos a sus hijos.

Su madre vivió un tiempo en una de las cabañas, alguien que, imposibilitada de criarlo por padecer de depresión tras darlo a luz, lo entregó a sus abuelos, quienes lo aceptaron con amor…pero él nunca perdonó el abandono materno y no perdió la oportunidad de demostrarlo robándole cada pertenencia que pudo para comprar la compañía de su amante predilecta, la cocaína. Su madre terminó yéndose lejos, para no denunciarlo.

Ese que no me saluda entonces subió y bajó por la escalera de las drogas, el rock y la soledad tantas veces, que perdió el equilibrio, la sonrisa y de a poco, la belleza inocente que su rostro emanaba.

Un día, tras llevarnos bien por mucho tiempo, trajo a vivir a un narcotraficante a la cabaña principal, a las que había tomado a pesar que su hermano compró los derechos legales, y comencé a apartarme de su dolorosa vida. Más tarde, después de que el narco fue llevado a la cárcel, la cabaña quedó en sus manos y comenzó a organizar fiestas que terminaban con muchas personas bailando la danza de las drogas más esclavizantes sobre mi techo y bajando por las escaleras de mi terraza. Entoces me cansé y por no denunciarlo a la policía llamé por teléfono a su hermano pidiéndole que me evitara esa situación ocupando la casa con un inquilino de buenas costumbres. Así lo hizo, le quitó la cabaña, la alquiló y desde ese momento se convirtió en “ese que no me saluda”.

En lugar de pedirme trabajo sencillos o alimentos, arrojaba sobre las hermosas enredaderas de mi cerco troncos, maderas y basuras, tapando la vista de su guarida para no verme.

Cocina admirablemente y trabaja la madera con arte, pero nada acaba, vencido por su adicción. Su madre dice que de niño lo diagnosticaron con leve esquizofrenia, pero ella misma arropada en el lecho de la depresión no supo rescatarle a él de los brazos de ninguna de sus tremendas experiencias de dolor.

Ese que hoy no me saluda, se queda siempre solo, vacío, acorralado y sin ayuda.

Hace unos meses una joven que alquilaba la cabaña principal se mudó a otro sitio no sin antes pedirme que buscara la forma de ayudarle porque no tenía alimentos y estaba enfermo, y ella al marcharse no podría auxiliarle.

La enfermedad de Juan me ocupaba mucho tiempo ya…pero conseguí el teléfono de su madre y le informé el estado de su hijo. Ella me dijo que no pensaba darle dinero, porque lo gastaría en drogas. Yo le dije, dinero no, pero alimento a tu hijo, tienes que enviarle, porque si no sientes amor y compasión por él… ¿por quién entonces ya que enseñas el evangelio y predicas el amor al prójimo?

Juan me sentenció: no le des nunca comida, porque ni siquiera nos saluda.

El muro posterior de mi casa, que colinda con la pequeña cabaña deteriorada en que su hermano le permite vivir es muy alto para alguien de 63 años como yo…así que me hice sumamente afecta a un cajón azul que dormía su sueño en mi garaje.

Ese que hoy no me saluda recibe cada día por medio, en lo más alto de ese muro, los víveres necesarios para comer cada día. Cuando enfermo, me preocupa que nadie le acerque alimentos, por lo que he decidido apelar a sus hermanos, a quien sea, para que no dependa de que alguien pueda o no subirse a un cajón azul para dejarle con dificultad, lo que tanto necesita

Su madre ha vuelto a llamarme para decirme ¿Cómo puede ayudarlo, según me comenta la antigua inquilina, si ni siquiera le saluda, si usted no es familia, si yo no le voy a pagar los miles de pesos que gaste en él?

No podía decirle que en realidad todos somos familia, que no me interesa que nadie me devuelva el dinero que empleo en ayudarle, porque la paz infinita, la conexión y el Amor que me embargan al abrirme a tal compasión, no tienen precio.

Tampoco pude decirle que ese que no me saluda no es alguien ajeno, soy solo yo, camuflada… dándome la esencial lección de que un acto compasivo vale más que hablar, enseñar o leer sobre cualquier práctica espiritual que se convierte innumerables veces en una cortina de humo que nos separa de lo real…y ya lo sabemos…SOLO EL AMOR ES REAL.

¡Gracias, Gracias, Gracias!

 

Tahíta

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