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domingo, 21 de julio de 2019

Más prisa…Menos Consciencia

Hace tiempo escribí un artículo llamado…”Entre el Ser y la Prisa”…basado en un consejo de Trigueirinho al respecto  en el que afirmaba “La prisa es Irreverente”. Pasó mucha agua bajo el puente y en nuestra sociedad se ha agudizado la prisa con que se realiza todo. Y claro, más prisa, menos atención plena, y menos conciencia.

Ser reverente es sentir respeto por alguien o algo…y la prisa es irreverente hacia los demás, ya que dejamos de prestarles  atención, y especialmente hacia nosotros mismos, porque perdemos la conexión con la fuente de nuestro Ser, nos auto exigimos en una carrera sin fin que nos agota, y nos convertimos de a poco en robots que actúan mundanamente desde la superficie, el ego, sin tener en cuenta la esencialidad.

Somos como muertos vivos cuando dejamos de contemplar, de sentir, de apreciar y de asombrarnos por seguir un ritmo frenético en donde el hacer anula al ser y lo adormece.

Pareciera que “sentir” es un obstáculo a la exigencia de rendir y dar más y más.

Si sentimos, reconoceremos el cansancio de nuestro cuerpo y tendremos que bajar el ritmo.Por eso, anulamos ese sentir y nos damos más cuerda.

Estamos enfermos de hiperactividad. Siempre encontramos buenos argumentos para no parar… lo hacemos por el bien de la familia, para dejarle más  a nuestros hijos, para llegar a fin de mes, para tener más tiempo libre después.

A una velocidad en donde no nos es posible reflexionar y tomar consciencia de nuestras contradicciones, pretendemos realizarnos y en el intento por lograrlo provocamos lo contrario: hundirnos en el agotamiento.

¿Y si no poder con todo fuera una liberación y no una señal de fracaso o motivo de depresión?

¿Y si volvemos a preguntarnos  por nuestra autenticidad en lugar de seguir a la manada?

La verdadera liberación hoy es liberarse de esta neurosis de aceleración, es tener la lucidez de decir no a lo que todos dicen .

Una mente hiperactiva no es una mente en paz. Una mente dispersa no es una mente serena. Una mente que está al mismo tiempo en diferentes lugares, es una mente ausente que no está en ningún lugar.

Nuestra vida está donde está nuestra atención y si nuestra atención está secuestrada en lo que vendrá, en las preocupaciones de lo que quedó sin terminar, en lo que quisiera pero aún no se da, nos mentimos: nuestra vida no está en paz.

En este olvido del Ser, nadie sabe qué hacer cuando no hay nada que hacer… es ahí donde comienzan las series interminables de la TV, los enredos en las redes, la sobreinformación, el placer de los sentidos para recordarnos que estamos vivos. Nos es más fácil ajustar el cinturón y seguir corriendo que detenernos a conectar con lo que sentimos.

Nos hemos robado el tiempo de no hacer nada, porque eso es…perder el tiempo. El tiempo sin acción se vive con culpabilidad. El foco sigue siendo el mismo: rendir, producir, hacer, alcanzar objetivos y no quedar fuera de la actividad frenética en donde no dar más, estar agotados  significa falta de éxito personal .

No tomar consciencia de que es la mente neurótica la que ha tomado el mando y nos dirige vuelve la vida inerte y mecánica.

Frases como: “tú puedes… querer es poder… no aflojes… esfuérzate más y lo conseguirás… no hay límites que te detengan… sigue adelante… no te falles… eres capaz… si te lo propones lo lograrás…”  son en verdad frases de una cultura del empoderamiento que a simple vista suenan alentadoras pero que imponen una presión en donde quien no logra lo que quiere no es humano sino un fracasado, un flojo que no puso de sí lo mejor.

Si empoderarnos es tener la obligación de poder con todo…más vale humanizarnos y hacer lo que está a nuestro alcance sin desvivirnos de modo insano por cumplir con objetivos que alimentan más nuestro ego que nuestro espíritu.

El problema no se reduce a hacer o dejar de hacer. Se trata de no olvidar que somos ante todo seres humanos y no hacedores humanos. El Ser requiere de un alimento espiritual. Su alimento no son los objetos, los éxitos terrenales, ni los placeres del cuerpo.

Es esencial enraizarnos en la humildad de amarnos tal cual somos.

Todo aquello por lo que tanto nos esforzamos y vivimos a las corridas, se quedará en este plano y no nos llevaremos ni lo puesto. ¿Es que entonces nada vale la pena?

¡Por supuesto que sí! Pero lo valioso no es lo acumulado con el paso de los años, sino la consciencia que pudimos desplegar, nos llevaremos lo aprendido, lo experimentado y la sabiduría de haber saboreado la vida a sorbos, sin apuros ni prisas, para no perder detalle.

 Lo intangible, lo sutil, lo espiritual, lo imperecedero permanece cuando todo lo demás desaparece.

En esta  cultura doblegada por la hiperactividad  necesitamos irradiar serenidad. 

Pongamos de moda hacer una cosa a la vez, estar de cuerpo y alma en el mismo lugar, darnos tiempo para no hacer nada, mirar a los ojos y dejar de revisar el celular, espaciar esa agenda apretada, perder de vista la hora y sentir de cerca los ritmos que nos marca nuestra propia naturaleza.

Tengamos el valor de vivir nuestra vida a nuestro gusto y ritmo. ¡Ahora!

La compasión hacia uno mismo y los demás, la serenidad de la mente, la autenticidad del ser, la tolerancia en los ritmos, son valores que no podemos dejar de ejercer si no queremos perder nos en la irreverencia  de la prisa que el ego impone.

¡Y las bendiciones fluyen!

Tahíta

 

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