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miércoles, 28 de octubre de 2020

No hacer nada

 



"Todos los problemas de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre para sentarse en silencio en una habitación solo".

Blas Pascal

 

Dentro de la vida meditativa, no hacer nada se puede experimentar como la quietud de la meditación sentada, como una forma de entrega mental, como actuar sin esfuerzo, una acción intuitiva, una receptividad abierta a las circunstancias en constante cambio, como una experiencia de completitud sin nada que hacer ni nada que buscar.

El arte de no hacer nada no es un estado pasivo; el término taoísta para el arte de no hacer nada es 'wei wu wei', que significa: ... la 'acción de la no acción', una forma de actuar sin intentar actuar. La acción ocurre por sí misma, espontáneamente, en lugar de ser artificial, es más directa y natural.

Los maestros zen de antaño hablarían de un movimiento no intencional inspirado por la "no-mente", una forma de ser que no está impulsada por pensamientos, sino iniciada por intuición espontánea.

Alan Watts describe este “no hacer nada” en su libro “Tao: The Watercourse Way” donde describe la situación de la persona común como alguien atrapado en un río, aferrado a la orilla del río. La persona promedio se mantiene prisionera agarrándose, agitándose en el barro alrededor de los bordes y tratando de escapar. Watts explica que no hacer nada es como soltar los bordes y, literalmente, dejarse llevar por el flujo del río.

Todo lo que se necesita para acceder a la 'no-mente' o 'wei wu wei' es dejarse llevar y seguir la corriente; recoger las velas y dejarse  llevar por el viento. En el arte de no hacer nada, no te aferras, sino que te mueves sin esfuerzo y sin problemas con la corriente. No se requiere ningún esfuerzo una vez que inicialmente has hecho el esfuerzo de soltarla orilla, pero en realidad, soltar no es "hacer" algo, es más como deshacer algo. Dejando ir lo logras todo. Como dice Lao Tse en el Tao Te Ching:

"No hago nada y, sin embargo, nada queda sin hacer".

Durante la meditación sentado, no hacer nada con tus pensamientos es una técnica poderosa. La meditación de la tranquilidad implica el desapego de los pensamientos, no seguir los pensamientos y tampoco alejarlos o luchar contra ellos. Dejar que los pensamientos sean, la habilidad de no hacer nada con los pensamientos y poder descansar naturalmente. A veces es 'simplemente sentarse', lo cual está bastante cerca de no hacer nada. Este solo sentarse no es un medio para un fin como querer lograr la iluminación, es la expresión de la comprensión de que la iluminación ya está aquí y no hay 'allí' al que llegar.

Si no puedes encontrar la iluminación justo donde estás, ¿dónde más esperas encontrarla

 La meditación es una de las raras ocasiones en las que no hacemos nada. De lo contrario, siempre estamos haciendo algo, siempre estamos pensando en algo, siempre estamos ocupados. Nos perdemos en millones de obsesiones y fijaciones. Pero al meditar, al no hacer nada, todas estas fijaciones se revelan y nuestras obsesiones naturalmente se deshacen.

No hacer nada es también una forma de conectarse íntimamente con todo, porque no hay resistencia a nada de lo que se experimenta. No hay agenda, nada que cambiar ni nada que hacer, simplemente receptividad abierta al ahora. No tener que cambiar nada para lograr la paz es el método poderoso de la meditación.

 Sin embargo, la acción puede existir dentro de la "no-acción", la quietud puede existir dentro del movimiento como el punto de equilibrio a partir del cual ocurre el movimiento. Eckhart Tolle describe dos tipos de acción en su libro Stillness Speaks: “una opera a través del pensamiento, la otra a través de la quietud. "

  Es precisamente este operar desde la quietud que es el arte de no hacer nada, el arte de la quietud en movimiento.

No hacer nada no es una situación estática, porque eso es imposible. Todo se mueve, incluida nuestra propia mente y cuerpo; No hacer nada significa fluir sin esfuerzo y en armonía con las interminables circunstancias de la vida con la flexibilidad de aceptar fluctuaciones constantes.

Rendirse al flujo impredecible de la vida trae consigo la capacidad de amar fácilmente al reconocer nuestra  conexión con todo lo que es. Por supuesto, esto no significa que nuestra  vida será perfecta de repente. Significa que podemos  encontrar gracia y libertad en cualquier situación porque el arte de no hacer nada es armonizador.

Una vez que "no hacemos nada" hábilmente, avanzamos por la vida sin esfuerzo y aprendemos a confiar en la práctica del no aferrarse. Esto nos permite mantener un estado natural de tranquilidad constante, meditativo, ya sea que la corriente del río sea tumultuosa o suave. La confianza en el fluir proviene de nuestra experiencia directa de no hacer nada y simplemente ser, descubierta en el silencio de la práctica de la meditación. Aquí es donde descubrimos la silenciosa "nada" interior que está realmente llena de amor, dicha y sabiduría.

No hay nada que hacer porque ya somos lo que buscamos. El maestro de meditación Chogyam Trungpa llama a esto descubrir nuestra 'bondad básica'. El arte de no hacer nada, entonces, es el arte de dejarnos llevar por el flujo de la bondad esencial.

 

Gracias.Gracias.Gracias

 

domingo, 25 de octubre de 2020

Verdad Interior…un vuelo por encima del Pensamiento

Nada que provenga de fuera aplaca nuestra sed interior, como se dijo ya hace más de veinte siglos.

Entonces… ¿para qué indagamos?

No para encontrar una doctrina o ideología que “nos salve”. Lo que tratamos es de despertar en cada uno de nosotros ese estado en que la conciencia puede ver por sí misma.

Es un impulso, un toque a despertar, sin reclamos de autoría ni de verdad. Lo importante es la visión a la que cada quien se va abriendo en el proceso.

Dentro de todo ser humano ya está la Verdad. En momentos de indagación y de contemplación podemos entrar en contacto con ella, pero no tenemos que conformarnos con contactarla de vez en cuando, sino aprender a vivir desde ese estado en todo momento, o lo más posible.

Y al vivir desde allí comenzamos a comprender lo que para la mente es incomprensible.

La contemplación no es un adorno, aunque en la vida superficial se considera que cada conocimiento o técnica aprendida suma a nuestra imagen personal.

No contemplamos para mejorar nuestra persona, sino para despertar a lo que realmente somos, sin adornos. La existencia personal no es real, por lo tanto, en lugar de perder tiempo tratando de mejorarla, dejamos de lado nuestras creencias para vivir desde un estado de consciencia más Real.

No nos proponemos metas ni objetivos, porque ello acarrearía a deseos que obstaculizarían el proceso. Cuando algo aparece, solo observamos lo que sucede, hasta que el silencio deshaga lo que consideramos erróneo. Solo ser conscientes de todo, sin antagonismos, sin lucha.

Si realmente quiero solucionar un problema propio o mundial, tengo que “tocar” mi verdadera realidad, y no significa que los demás se arreglen como puedan, sino que, cuando un ser humano tiene contacto con la Verdad, toda la humanidad es alcanzada por esa luz. Desde lo más profundo de nuestro Ser se crean nuevas vías, nuevas soluciones que a la vez gestan coherencia y armonía para todos en la Unidad que somos.

El desorden se crea desde el desequilibrio interior. Si viviéramos desde un lugar más consiente, el hermoso orden que observamos en la naturaleza se manifestaría en nuestras vidas y por extensión, en la de los demás. Buscar e imponer un orden externo, solo desarmoniza más todos los sistemas de vida, no solo en lo físico si en lo psicológico.

Tratando de aplicar teorías al nivel psíquico, solo creamos más caos.

La paz y la armonía surgen de dentro, y de la Unidad.

La Verdad, la armonía y la paz están ya dentro de cada uno. Viviendo desde ese estado de consciencia podemos contemplarla porque SOMOS ELLO…y tras contemplarlas comienzan a manifestarse en nuestras vidas.

Para que lo manifiesto se arregle, vayamos al origen, a la causa interna, a la indagación desinteresada y la contemplación.

Contemplemos la Verdad, y todo lo demás…” vendrá por añadidura”.

La Verdad es un estado interior, no la confundamos con nada pensado.

Para contactarla hay que silenciar el pensamiento aprendiendo a contemplar. Es un vuelo a lo desconocido. Un vuelo que comienza con un salto por sobre la lógica.

Todo ser humano que la contacta, como Jesús, Buda, etc…abre una ventana a la redención a toda la humanidad.

Cada ser humano tiene que abrirse a ese camino, con errores, con desvíos, con aciertos, , hasta manifestar lo Sagrado, porque en realidad somos imagen u holograma de esa Realidad Sagrada, girando dentro de otro holograma más grande, y ese dentro de otro…hasta llegar al  Infinito sagrado, que es LO QUE SOMOS.

En quietud y silencio, abrimos la visión y descubrimos con gozo, que “todo está bien”. A pesar de todos los dramas humanos, lo vemos desde otra perspectiva, desde la cual todo encaja…aunque volvamos una y otra vez a caer en la ilusión de la dualidad temporal, sabemos que apartando ese velo somos esa Conciencia pura que observa la pantalla de la entidad humana.

Con lucidez, vigilando y en silencio, apartémonos de esa pantalla, dejemos que la Luz nos atraviese y diluya lo falso, lo que vemos a través del pensamiento condicionado.

Ya vislumbramos que la Verdad no es un pensamiento, ni un concepto, sino un estado, la punta de una madeja que desarma toda la trama pensada, a través de la contemplación…hacia la Realidad Única.

Aunque cometamos cientos de errores e incurramos en desvíos innumerables…dentro nuestro está el alfa y el omega, el principio y el fin del vivir desde lo que REALMENTE SOMOS.

 

Gracias. Gracias. Gracias.

 

miércoles, 21 de octubre de 2020

Espacio-Tiempo Sagrado

El espacio sagrado es el espacio donde, en la medida de nuestras posibilidades, nos despojamos de aquello que nos mantiene separados. El espacio en el que podemos despojarnos de esas armaduras, que construimos con nuestros títulos, nuestras posesiones, nuestras opiniones y creencias variadas sobre nosotros mismos y el mundo.

En el espacio sagrado nos enfrentarnos a nosotros mismos y a los demás directamente “al borde de la mortalidad de todo”, como dijo la poeta estadounidense Margaret Gibson.

Al borde de la impermanencia, el límite de lo que sabemos, somos y podemos llegar a ser; el límite de lo imaginado e incluso de lo posible. Dejándolo todo atrás, nos colocamos en una nueva relación con la realidad. Actuamos, no de lo que sabemos sino de lo que intuimos que es verdad, con creciente amor y claridad y con cierto grado de entrega al núcleo de una vida humana conectada y encarnada.

La mayoría de nosotros (aunque no todos) experimentaremos lo sagrado en lugares que se autodenominan así, como Machu Picchu o Stonehenge, pero no en un casino o un centro comercial. Nuestra educación, nuestras creencias y nuestras costumbres dan forma a nuestra experiencia de lo sagrado. Sin embargo, no necesitamos ir a esos lugares para sentir la sacralidad, ya que no tiene una localización especial en el espacio- tiempo.

Un centro comercial o una calle concurrida son tan sagrados como una catedral, y una baratija de plástico tan valiosa como una reliquia o una piedra preciosa. Sin embargo, es difícil para nosotros ver esto, especialmente porque vivimos principalmente en sociedades que valoran lo material y lo desechable. Sin embargo, algo en nosotros anhela aquello que perdura. Las cosas van bien, pero no duran. Un mundo de usar y tirar no es un lugar satisfactorio para vivir. Por eso, algunos de nosotros continuamos orientándonos hacia lo sagrado —de hecho, lo co-creamos— para recordar lo que es demasiado fácil de olvidar. Algunos lo materializan en templos, los necesitan aun.

En un monasterio Zen, un practicante se para a la entrada del zendo (salón de meditación) y ofrece una reverencia antes de entrar al espacio. Es una forma de alinear el cuerpo, reunir la mente y decir: “Estoy aquí. Soy consciente y me estoy preparando para hacer algo diferente”

 Necesitamos espacio y tiempo para mirar, escuchar y sentir lo real. El bullicio y el ajetreo dificultan a algunos la Presencia consciente. No hay mejor manera de obstaculizar la experiencia de lo sagrado que correr de una tarea a otra. En cambio, entrar en lo sagrado requiere ralentización. Por eso el espacio sagrado es un estado de atención que involucra el tiempo, y lo llamamos espacio-tiempo.

"El sábado… es un santuario que construimos, un santuario en el tiempo”, dice el rabino Abraham Joshua Heschel sobre el día de descanso judío. Si el cristianismo tiene sus iglesias y catedrales, el budismo sus estupas y templos, el islam sus mezquitas y santuarios, el judaísmo tiene al Shabat como una catedral en el tiempo. Es un espacio, menos físico que psíquico, del griego psychikos para "del alma, espíritu o mente", que permite un giro deliberado hacia lo divino. Por un día a la semana, el tiempo se santifica porque cambia conscientemente la forma en que lo percibimos y por lo tanto lo utilizamos. Ubicado entre el encendido de las velas el viernes por la noche y la aparición de tres estrellas en el cielo el sábado por la noche, Shabat es un espacio para el recuerdo, o atención plena. Hay quienes aún necesitan esos espacios especiales y los consideran sagrados, pero se puede caer en el olvido de que todo espacio es sagrado si estamos en el aquí y ahora en Presencia y atención, fluyendo, rendidos a algo mayor que nos vive.

El Zen es la escuela que más abiertamente destaca la importancia del tiempo, animándonos a recordar que es pasajero y, por lo tanto, precioso. Paradójicamente, también apunta a la elasticidad, e incluso al infinito, del tiempo. “Diez mil años en un solo momento; un solo momento contiene diez mil años” es un dicho conocido de la colección de koan chinos.

 Siempre se resalta la importancia de la presencia en la experiencia del tiempo sagrado. 

Cuando nos sumergimos en un momento y lo encontramos en su talidad o plenitud, ya sea a través de la oración o la meditación, o mediante actividades más "mundanas" como lavar la ropa o tomar una taza de té, todo el tiempo se funde en un solo punto: ahora. Ya no hay pasado ni futuro, ni siquiera presente para enmarcar. Precisamente por eso, tomar una taza de té, remendar una prenda de vestir o cavar una zanja pueden considerarse actividades sagradas. En la realidad omnipresente del ahora, nada más es más importante que la actividad en la que estamos involucrados. De hecho, nada más existe en absoluto.

El tiempo sagrado es integral, no es lineal, sino circular.  Nicolás de Cusa, filósofo y místico alemán del siglo XV, dijo: "Dios es un círculo infinito cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna parte". El Zen reconoce a su manera la verdad de las palabras de Cusa. Disuelve la frontera entre lo ordinario y lo sagrado, entre entonces y ahora, permitiendo que todas las cosas, todas las actividades, todos los seres entren en la circunferencia de lo real. 

Nada se mantiene separado. No queda nada fuera. Por tanto, todo es santo.

Considerar todos los sitios como espacio sagrado afecta nuestro cuerpo y nuestra mente.

Necesitamos estar dispuestos a renunciar a nuestro diálogo incesante para experimentar lo sagrado. Una mente o lengua ocupada genera estática, lo que nos impide sintonizarnos con la sacralidad.

Creo que todos nosotros, lo sepamos conscientemente o no, entendemos que, para estar en relación con lo sagrado, debemos estar dispuestos a quedarnos quietos y callados. Debemos estar dispuestos a ser, aunque solo sea por un corto tiempo, el silencio mismo.

Y no necesitamos de una creencia determinada ni de un lugar físico al que recurrir…aunque si las tenemos, podemos acudir a ellas y no somos menos o más que cualquier personaje humano.

A pocos kilómetros al norte de Ratnapura, Sri Lanka, hay una montaña sagrada llamada Sri Pada ("Pie Sagrado"). En su cima, un modesto santuario alberga una formación rocosa con una profunda hendidura en forma de pie. Los budistas creen que la impresión pertenece al Buda, quien dejó su huella en la cima de la montaña como una reliquia para que sus seguidores la veneren.  Cristianos y musulmanes también lo reclaman, diciendo que la huella pertenecía a Adán y que marca el lugar donde cayó del Paraíso a la Tierra.  Por su parte, los hindúes dicen que es el rastro del pie de Lord Shiva, quien se instaló en la montaña para arrojar su luz sobre el mundo. Por lo tanto, su nombre para la montaña es Shivanolipadam ("Pie de la luz de Shiva").

Aproximadamente 5.200 escalones de hormigón conducen a la cima de Sri Pada, y los peregrinos que pertenecen a estas diversas tradiciones religiosas y de todo el mundo los suben en filas apretadas, a menudo descalzos. Comenzando en medio de la noche, alcanzan la cima al amanecer.

Sobre el umbral del santuario, un cartel en inglés dice: "Silencio". Quizás sea solo una traducción defectuosa, pero no importa. Es demasiado perfecto corregirlo en lugar de poner:  Cállate.  Sri Pada insta a sus peregrinos, a dejar que este silencio sagrado les vuelva hacia sí mismos, al reino de lo real.

Una mente que descansa en el silencio está libre de divagaciones o incluso de pensamientos automatizados. Está concentrada y se siente cómoda. Para mí, este es realmente el núcleo de la meditación. En el espacio sagrado que es nuestro cuerpo-mente practicamos el silencio con la intención de permanecer en la realidad. Una vez más, no porque en otras ocasiones nuestro vivir no sea real, sino porque olvidamos que lo es. Nos perdemos en nuestras cabezas, en los demás, en nuestro trabajo, en esas cosas que nos protegerán del dolor de estar perdidos o simplemente del dolor de vivir. Por lo tanto, necesitamos espacios o momentos silenciosos que nos recuerden que, dado que nuestro centro está en todas partes y nuestra circunferencia en ninguna, no es posible que nos perdamos. 

Necesitamos un silencio profundo y duradero para recordar que no importa cuánto pensemos que nos hemos desviado, cuánto tiempo hemos vagado, nunca nos hemos ido de casa.

Sabiendo esto, podemos paramos en el borde mismo de lo que sabemos, en el umbral de un zendo o un santuario, una iglesia, una mezquita o un templo, y nos preparamos para entrar en el espacio sagrado. Tal vez coloquemos nuestras manos palma con palma en un gesto de reverencia y jurar permanecer en la realidad. Prometemos hacer algo con amor y claridad, a partir de la parte más profunda de nosotros, presente en todas partes y en ninguna parte.

Pero no dejemos nunca de recordar que todo sitio es sagrado dependiendo de nuestro estado consciente, y que en él el tiempo parece detenerse para clarificar que somos parte de ese Campo Infinito… un círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia es ilimitada.

Gracias. Gracias. Gracias.

Tahíta

martes, 13 de octubre de 2020

El engañoso Pensamiento

 

Despertar, se trata de desplazar o extender nuestra identidad más allá de la mente pensante, de la personal, hacia un campo colectivo de Conciencia.

Puede que la mayoría del tiempo no nos sintamos bien identificándonos con los pensamientos, conflictos, sufrimiento…pero aun así no nos atrevemos a trascender esa zona conocida, que parece la más segura.

Nos da miedo el silencio. Nos da miedo perder la identidad. Huimos del silencio sin darnos cuenta de que nos sacaría de esa zona de dolor.

La mente puede ponernos miles de excusas: el trabajo, la familia, la seguridad. Pero cuando comenzamos a indagar qué se trae el pensamiento y de qué se trata, nos percatarnos de que nos engaña…y no un poco, nos engaña totalmente. Brota de un lugar falso y una falsa identidad, por lo tanto, lo que surge de allí tiene que ser falso.

Para llegar a escuchar en silencio, hay que soltar el pensamiento, y con él, todo lo que sea psiquismo. En ese limitado espacio del psiquismo es donde se crean los conflictos, los excesos emocionales, las preocupaciones, las angustias. Sin embargo, tememos salir de sus límites.

Seguramente allí recurrimos a las terapias, las técnicas y las soluciones mágicas de turno. Es normal y a veces necesario recurrir a ellas, pero sería mejor, en lugar de tratar de apaciguar o mejorar nuestros estados dolorosos intentar descubrir la causa del conflicto.

Lo que parece, no es lo que es, y el problema de fondo tratará de salir a la luz por un lado u otro. Habitualmente permanecemos atrapados en lo que se manifiesta, y no vamos tras la causa. Y en esto también…el pensamiento tanto personal como colectivo, nos engaña.

En nuestro afán de mantener nuestra situación, nuestro trabajo, una relación…arrastramos a otros al área de los deseos que, como decía Buda, son la causa del sufrimiento. En el psiquismo, juegan a la ronda el miedo y el deseo, y en ella nos mareamos, nos enredamos y enredamos a todos los demás que juegan con nosotros.

El deseo, siempre complica las cosas. El no poder cumplirlo alimenta el miedo, y en realidad son lo mismo: sin deseo no hay miedo. Y el comienzo del fin del juego es el DESAPEGO.

Deseamos conseguir algo porque pensamos que somos lo que no somos, que somos estos cuerpos físicos, que moriremos, que somos temporales. Por eso no estamos en paz y buscamos distraernos, sin hallar equilibrio y serenidad. Los deseos, siempre cambiantes, encubren nuestra carencia interior.

No es un pecado tener deseos. Y la liberación no se trata de no albergar deseos, sino de ir al fondo de esa compulsión, y poder salirnos del ámbito de lo personal.  No tenemos por qué identificarnos con el personaje de esta obra que nos montamos. Si lo hacemos, siempre tendremos miedo de que los demás, o al fin la muerte, nos quite lo deseado. Moviéndonos, por supuesto, en el ámbito del personaje temporal que creemos ser.

Solo hay que desplazarnos, de la mente a la intuición, para lograr una Verdad intuida, no una lógica que conduzca a una vedad precaria.

La intuición conduce a la sabiduría. No solo hay que percibirla, sin darle lugar y vivir en consonancia con y desde ella.

Podemos seguir participando en la escena del mundo y a la vez darnos el tiempo y la atención como para percibirla y atenderla. Así lo Real comienza a hacerse más evidente y la intuición influye tanto en la mente, que ésta comienza a ser una sola cosa con ella.

La Luz la hace resplandecer y la mente se convierte en expresión de esa Luz que mana de la intuición.

Cuando la Verdad nos ilumina transforma en nosotros todo cuanto encuentra a su paso.

Tendríamos que considerar cada día dedicar algo de tiempo a la contemplación silenciosa para trascender esa incisión interior que nos produce creen que somos una persona, una individualidad separada. Y para ello, hay que desechar todas las creencias, que son como un somnífero para el alma. Nuestro anhelo interior no se acalla con ideologías externas.

La contemplación no es algo secundario, ni menos importante que el adquirir conocimientos.

El conocimiento no nos lleva a la sabiduría. La contemplación abre la visión del Ser.

La Vida Contemplativa nos despierta. Por eso nos zambulliremos en ella…sin miedo.

 

Los regalos de la Ecuanimidad

 

¿Cómo navegamos por la vida, tan llena de urgencias, tareas que quedan sin hacer, amigos que necesitan ayuda, problemas de salud, financieros, crisis familiares, comunitarias, mundiales? ¿Cómo nos mantenemos a nosotros mismos, nuestra cordura, nuestro corazón abierto y nuestra visión clara frente a estos desafíos continuos? Con ecuanimidad.

La palabra inglesa "ecuanimidad" se traduce en dos palabras pali distintas utilizadas por el Buda, upekkha y tatramajjhattata. Upekkha, el término más común, significa "mirar hacia arriba" y se refiere a la ecuanimidad que surge del poder de la observación: la capacidad de ver sin ser atrapado por lo que vemos.

Upekkha también puede referirse a la amplitud que proviene de ver una imagen más amplia. Coloquialmente, en la India, la palabra a veces se usaba para significar "ver con paciencia". Podríamos entender esto como "ver con entendimiento". 

Aún más cualidades de ecuanimidad son reveladas por el término tatramajjhattata.  En conjunto, la palabra significa “estar en medio de todo esto". Este “estar en el medio” se refiere al equilibrio, a permanecer centrado en el medio de lo que sea que esté sucediendo.

 

Defino la ecuanimidad como la capacidad de no dejarnos atrapar por lo que sucede.

Según el Buda, la forma de lograr la ecuanimidad es la atención sabia: estar continuamente atento de un momento a otro.

La palabra pali upekkha, en occidente se traduce como equilibrio, a menudo el equilibrio que nace de la sabiduría. Para algunos, la palabra ecuanimidad implica indiferencia o incluso miedo disfrazado de "todo va muy bien". 

Otra idea que la gente tiene de ecuanimidad es la de pasividad. 

La palabra equilibrio en sí también puede malinterpretarse. A veces se descarta por considerarse un estado forzado logrado al apoyar algo positivo mientras simultáneamente escondemos o empujamos hacia abajo lo negativo, como el dolor.

Sin embargo, el equilibrio no viene de borrar todos los sentimientos.  Cuando se trata de sentir emociones dolorosas como la ira, podemos perdernos en ellas. Podemos pensar que no hay salida y llegamos a identificarnos completamente con nuestros sentimientos: soy una persona irascible, y siempre lo seré. Por ello tendemos a huir de los sentimientos difíciles, de negarlos, de distraernos. 

La ecuanimidad es lo que nos libera de estos intentos, y aprendemos a estar presentes con las emociones sin caer en los extremos de abrumarnos o negarlas. Podemos reconocer una emoción como la ira, e incluso sentir su máxima intensidad, pero elegir cómo responder a ella o a cualquier otro sentimiento, pensamiento o circunstancia determinados.

No se trata de convertirnos en enemigos de nuestros sentimientos, por intensos que sean, sino de expandir nuestra conciencia y permitir que surjan esos sentimientos. Permitirles que se muevan y cambien. Ese espacio trae la sabiduría que evita que nos perdamos en la reacción. Esa libertad es la esencia de la ecuanimidad.

A medida que la vida da vueltas y vueltas, a menudo intentamos transmitir la impresión de que lo podemos manejar todo. Pero a veces es solo una apariencia de estabilidad que nos mantiene en un estado de tensión tan alto que nuestro equilibrio emocional puede ser desviado por la brisa más suave ¿Es realmente una vida equilibrada si tenemos que hacer tanto esfuerzo?

 Sentirnos sin restricciones, en paz y libres, para poder responder adecuadamente a nuestro mundo a medida que cambia, no tiene que costar tanto esfuerzo.

Si creemos que mantener el control es el secreto para hacer que la vida funcione, nos equivocamos. Nunca tendremos el control absoluto. Eso no va a suceder, ni siquiera por un momento. No ejercemos control sobre quién se enfermará, quién mejorará o los inevitables altibajos de nuestros actos. No podemos dirigir a todos y todo en este mundo a nuestro gusto. 

Imaginar que podemos decidir el resultado seguro de nuestros esfuerzos es como pensar que un día nos vamos a despertar por la mañana y determinar: “Lo he pensado con mucho cuidado y he decidido que no voy a morir ". El cuerpo tiene su propia naturaleza. Ciertamente podemos transformarnos mucho, pero la muerte no es una decisión que tomamos.

La ecuanimidad es la voz de la sabiduría, estar abierto a todo, ser capaz de contenerlo todo. Su esencia es presencia completa. 

Necesitamos un corazón tan amplio como el mundo para acomodar los cambios de placer y dolor que se presentan y poder acompañar a cada uno de ellos con una presencia que lo abarca todo. Es difícil para nosotros permitir nuestro propio dolor o el de otra persona por completo si tenemos miedo de que nos robe la posibilidad de gozar. Es difícil permitir que la alegría se exprese plenamente si la hemos utilizado para evitar confrontar el dolor.

Aprendamos a sostener ambos al mismo tiempo, el gozo y el dolor.

La paz no se trata de alejarse o trascender todo el dolor para situarnos en un espacio siempre tranquilo sino de acunar tanto el inmenso dolor como la maravilla de la vida al mismo tiempo. Ser capaz de estar plenamente presente con ambos es el regalo que nos da la ecuanimidad en quietud y calma.

 Estar con el dolor y el placer, la alegría y la tristeza, de tal manera que nuestro corazón esté completamente abierto y también íntegro, intacto. Aceptamos lo que llega, ya sea doloroso o gozoso, en paz. No significa que no tengamos sentimientos por nada; no es un estado de vacío. En cambio, es esa amplitud en la que podemos relacionarnos con cualquier sentimiento, cualquier ocurrencia, cualquier surgimiento y aun así ser libres.

 

 

Así como una masa sólida de roca

no se mueve con el viento,

así el sabio no se mueve

ante la alabanza y la crítica.

Como un lago profundo

es claro y tranquilo.

Siempre deja ir.

No parlotea sobre placeres y deseos

ni es conmovido por la felicidad y el sufrimiento

 

—Dhammapada 81-83

 

Gracias. Gracias, Gracias