Las religiones siempre seguirán existiendo.
Cumplen con muchas y muy valiosas funciones y no se pueden sustituir. Su propósito primordial es acelerar el proceso de crecimiento de la conciencia. Pero ese proceso discurre por diversos caminos.
Con el despertar de la primera chispa de la Divinidad, el ser humano desarrolló la conciencia de un principio que es la Vida. Esto condujo gradualmente a la fundación de diferentes religiones, cada una desde el discernimiento y la percepción de su fundador, según las necesidades de la época y de la gente, y de la capacidad de aceptar las enseñanzas de los maestros.
Estas generalmente están dirigidas a la elevación material, social, moral, mental y espiritual de la gente. Casi todas las religiones han surgido con motivos nobles, pero sus dirigentes son el producto de una época, así como de las condiciones que crean para el mejoramiento de esas personas. Para la gran mayoría, las enseñanzas acaban estableciendo códigos de preceptos morales, costumbres y rituales, cuya función es ayudar a salir de la angustia y agresividad y encontrar consuelo o paz.
Muy pocas se centran en la vida del espíritu que las anima y muy pocos hombres pueden elevarse a su nivel y obtener los auténticos beneficios de sus enseñanzas. Solo unos cuantos pueden seguir la práctica central y experimentar por sí mismos la verdad que encierra. La gente común solo recibe los aspectos teóricos en forma de parábolas o mitos que, con el paso del tiempo, despiertan las capacidades para comprender el verdadero significado de las palabras.
Así, en el fondo de las religiones se perciben vislumbres de la realidad, pero su esencia es difícil de captar.
Pero al menos sirven para aterperar,dominar o reconciliar fuerzas enfrentadas que se debaten en el interior humano. Y por encima de ellas están los yoguis, los místicos, los iniciados, aquellos versados en el verdadero arte de la unión con Dios. En la cúspide están los maestros iluminados o avatares, que no solo hablan del espíritu, sino que lo manifiestan.
En teoría, se puede decir que solo hay una religión universal, que la practican verdaderamente solo estos maestros, pues solo ellos han realizado plenamente la verdad y la unión perfecta con ELLO. Y ella es AMOR.
Aquel que la practique recibe los mismos beneficios y llegará a las mismas conclusiones, sin que para ello importe la religión social, credo, Iglesia o comunidad a la que pertenezca. Ella es el núcleo y esencia de todas las religiones, el fundamento sobre el cual todas las religiones descansan y convergen.
Pero las enseñanzas iluminadas que imparten los grandes maestros han sido y serán siempre malinterpretadas, según la capacidad de comprensión de sus seguidores.
Todos nacemos en el primer nivel de conciencia y podemos, en el camino de una vida, ir subiendo a otros niveles superiores. Pero mientras los humanos seamos como niños, y la gran mayoría sea así, estaremos en niveles de conciencia arcaicos, mágicos y míticos.
Estos se caracterizan por el egocentrismo y el afán de poder, por una mentalidad convencional y una visión del mundo etnocéntrica . Y podríamos decir que esa mentalidad, la de un niño de siete años, es la que hoy conforma el hombre-común de nuestro tiempo.
Por ello, michos necesitan las religiones arcaicas, mágicas y míticas que son las encargadas de cumplir una función básica de educar, consolar, inspirar y guiar a los hombres comunes.
Por tanto, está bien que sea así.
Si los líderes religiosos tuvieran más presente que el proceso es abierto y continuo... y en lugar de amurallarse en una determinada visión del mundo, como única verdad, abrieran sus mentes a otras posibles comprensiones, a otros aspectos de la verdad, sus seguidores podrían fluir y pasar de una religión a otra sin problemas. Y de un nivel a otro.
«Pasar de una religión a otra» no significa ir del cristianismo al budismo, por ejemplo, sino subir por los distintos estadios de conciencia hasta alcanzar una visión integral y abrazar todos los niveles y todas las religiones (ahora sí) como una.
El secreto ya no tan secreto es que este proceso está para conducirnos al fundamento donde no importa la religión social o Iglesia a la que uno pertenezca.
Si las religiones se prestaran a esta función de instrumento temporario se convertirían en un vehículo que nos impulsaría a crecer en conciencia, a trascender el escalón evolutivo en el que estamos.
Pero está claro: esto no ocurrirá a menos que las autoridades religiosas modifiquen sus consignas habituales y sean capaces renunciar al poder y la violencia que implica la pretensión de poseer la única verdad.
Cada nivel de consciencia es una perspectiva del mundo, y cada perspectiva, una verdad relativa.
El abrazo que nos religa a Dios abarca, por definición, a todo y a todos. Y solo este abrazo merece el nombre de religión.
Esta es claro, una postura que no defiende nada ni excluye a nadie; una visión integral donde cada manifestación del Ser es merecedora de respeto.
Estamos lejos de incorporar realmente esta identidad abierta, lúcida y compasiva. Las etiquetas nos siguen importando, las diferencias nos siguen separando y las religiones nos siguen enfrentando en nombre de la verdad. Olvidamos que los nombres no importan. Ya sea chispa divina o gran misterio, espíritu santo, impulso creativo o el nombre de algún avatar.
La razón de ser de las religiones es religar a todos los seres entre sí, así como con la Fuente.
El Espíritu se expresa de muchas maneras, habla diferentes lenguas y adopta diversos nombres; cualquiera que sea la forma en que se manifieste es perfectamente legítima y ha de tener su lugar.
Pero esa es la mitad del problema: la otra mitad somos nosotros. Sumidos en lo racional, dejando de lado la intuición profunda.
La mentalidad racional reprime los niveles más elevados de la inteligencia espiritual y niega el acceso a ellos…y la mente mítica adorna la verdad con imaginaciones.
A menos que estemos dispuestos a hacer el esfuerzo de interpretar nuestras experiencias espirituales desde un nivel superior de desarrollo del que constituye nuestro centro de gravedad, nada va a cambiar.
Es un esfuerzo heroico vernos a nosotros mismos… es un golpe casi mortal al propio ego, ya que lo que caracteriza a los egos es su narcisismo.
Recordemos que el problema no son las experiencias, los estados de conciencia que podamos vislumbrar; el problema es el nivel de conciencia desde el que las interpretamos.
Sin trascendencia, los valores y los principios se van achatando y acaban confundiéndose con el consumismo y la comodidad.
La disciplina, los valores y el discernimiento no están de moda y no se aplican demasiado.
Tenemos miedo de repetir los viejos errores y no vislumbramos otra forma de comportarnos que eche por tierra ciertas certezas que nos sostienen...innecesariamente
Pero hemos de tener el coraje de entrar en conflicto con nuestra actual sensación de identidad. Y luego, trascenderla.
Los verdaderos maestros saben comunicar cualquier via de liberación...y luego soltarnos.
No compiten entre sí, discutiendo cuál es el mejor camino, porque conocen la infinita majestad de la Montaña.
Saben de sus múltiples parajes, de sus abismos y peligros, y que la cumbre tiene muchos accesos.
Saben indicar a cada uno el suyo, porque… la Montaña está dentro de cada uno.
Gracias. Gracias. Gracias